Desde los años sesenta se mantiene viva en España una fuerte polémica en relación con el modelo turístico que debe aplicarse en las costas del Mediterráneo, del Atlántico andaluz y de los dos archipiélagos. De un lado están quienes defienden la creación y expansión de grandes aglomeraciones urbanas densamente pobladas, con predominio de los edificios de muchas alturas. Dicen que ese modelo, cuya expresión más acabada es la actual Benidorm, permite una explotación más racional de los recursos y facilita que familias con ingresos modestos, españolas o extranjeras, puedan tener vacaciones de sol y playa. Los defensores de este modelo –abanderado por empresarios de ingresos nada modestos, conviene decirlo– son los que han acabado por llevarse el gato al agua, consiguiendo que los sucesivos gobiernos españoles se amolden a sus intereses, desdeñando las razones de quienes argumentábamos que la aplicación de ese modelo conduciría inevitablemente a un deprimente deterioro del litoral y a un crecimiento disparatado de la demanda de agua, que tendría que atender la propia Administración. Eso sin contar con que la urbanización turística en vertical no iba a frenar –como no ha frenado– el avance constante del turismo residencial en horizontal, que ha saturado la costa de chalés y de villas (y de puertos deportivos, campos de golf, etc.) para disfrute de la gente de más posibles.
El resultado ofrece pocas dudas, y así lo pone de manifiesto con profusión de datos el informe “Banderas Negras 2008: hipoteca costera” que acaba de presentar Ecologistas en Acción: la pérdida de calidad medioambiental de nuestras costas cálidas, saturadas y sobreexplotadas, está empezando a ahuyentar incluso al turismo de menos recursos económicos, que se orienta hacia otros destinos, que son más baratos, no están masificados y cuentan con paisajes naturales todavía gratos a la vista. Es decir, destinos similares a lo que venía a ser España en los sesenta.
Es la eterna lucha entre las dos tópicas mentalidades: la de quienes cazan cuanto pueden, sin ponerse límites, y la de quienes cultivan la tierra con conciencia de que todo hoy tiene un mañana.
Javier Ortiz. El dedo en la llaga, diario Público (24 de julio de 2008).