Hay dos modos básicos (y extremos) de mostrar el íntimo sentir por las tierras y las gentes cercanas.
Uno es el que Francisco de Goya evocó críticamente en sus Desastres de la guerra. Es el que pretende dictarnos, según trató de insuflarnos en su día Rafael Vera en su interesada defensa del terrorismo de Estado, que todo hombre de bien ha de defender “a la patria como a la madre: con razón o sin ella”.
El otro es el que manifestó el populista ruso Nikolai Gravrilovich Chernishevski –autor de ¿Qué hacer?, obra que tuvo amplia repercusión cuando vio la luz (1863) y que la valió la deportación a Siberia– al referirse a sus compatriotas. Escribió: “¡Pueblo de esclavos! Del primero al último, todos sois esclavos”.
Siempre estuve del lado de mi madre. Pero no, desde luego, “con razón o sin ella”. Fue una mujer bondadosa, y su bondad a veces le jugó malas pasadas, porque dejó que algunos abusaran de su disposición. Cuando me creí obligado a mostrarle mi desacuerdo con sus excesos de generosidad, lo hice. Porque me importaba.
Los hay que creemos que la crítica puede ser una de las más sinceras manifestaciones de afecto. A menudo criticas a alguna gente porque te concierne, porque te duele que haga el bobo, que se deje manipular, que se vuelva títere de causas de las que no saca nada, que repita la última tontería que ha oído en la radio o en la televisión, que ejerza de grey de pastores que sólo quieren esquilmarla.
Yo suelo hacerlo con el conjunto del pueblo español, con las excepciones de rigor. Y lo hago porque lo aprecio. Pero siempre hay quien, instalado en el espíritu de la patriotería cuartelera de Vera (“con razón o sin ella”), se lo toma como una muestra de hostilidad, de desafección, de malquerencia. Dicen: “¡Ya está este vasco tocando las narices!”
Pues no. Si ése fuera mi espíritu, haría lo que el Rick-Bogart de Casablanca hacía con el Ugarte-Lorre de la celebérrima película. Recordaréis que Lorre pregunta a Bogart: “Tú me desprecias, ¿verdad?”. Y Bogart le responde: “Si pensara en ti, quizá te despreciaría”.
Estoy en ese mismo modo de sentir la vida. Me enfado de verdad sólo con quienes me importan de verdad.
Javier Ortiz. El dedo en la llaga, diario Público (16 de abril de 2008).