Sólo he hecho una pintada en mi vida. Debió de ser allá por 1964, cuando tenía 16 años. Un amigo y yo pusimos hecha unos zorros la fachada de la Iglesia de los Jesuitas, en el centro de San Sebastián, llenándola de consignas antifranquistas. Nos ganamos un indignado artículo editorial de uno de los dos matutinos donostiarras de por entonces. No recuerdo si fue La Voz de España o El Diario Vasco; de lo que sí me acuerdo es de que lo titularon “¡Basta ya!” El editorial echaba mano de otra expresión retórica y ampulosa de las muchas a las que los publicistas del régimen de Franco estaban abonados: se declaraban “dolorosamente hartos”.
Bueno, pues hoy he decidido retomar aquel tópico manido y declararme, no sin la coña de rigor, “dolorosamente harto”.
Estoy “dolorosamente harto” de que haya frívolos (y frívolas) que me atribuyen concomitancias con el terrorismo de ETA.
Una comentarista ha dicho en una radio derechosa, no sé cuándo –me han mandado la grabación, pero no figura la fecha–, que “jamás en la vida” me ha oído formular una condena de las acciones de ETA. Claro: si no escucha, es difícil que oiga. Y si no lee, no se entera.
Vengo oponiéndome al activismo armado de ETA desde 1967: antes de que provocara ni una sola muerte. En aquellos años en los que algunos de mis actuales críticos aplaudían los atentados de ETA, convencidos de haber descubierto a Robin Hood, otros sosteníamos, de acuerdo con Eugène Pottier, que no había que creer en ningún salvador supremo: ni Dios, ni César, ni tribuno.
Es verdad que no suelo escribir muchos artículos lanzando diatribas formularias contra ETA. Hablo de sus andanzas lúgubres cuando creo que tengo algo nuevo que aportar. Para repetir lo mismo que dicen los demás, se bastan y se sobran ellos. (Iba a escribir: “Ellos solos”. Pero de solos nada. Son la tira.)
El que escribe establece un intercambio implícito con quienes lo leen. Puesto que le prestan interés, está obligado a compensar su esfuerzo tratando de aportarles algo que no tuvieran previamente: una idea no manida, un enfoque propio, algo que les pueda sugerir una reflexión. Para recitar letanías, ya están las letanías.
Javier Ortiz. El dedo en la llaga, diario Público (26 de abril de 2008).