Sabemos, desde La cabaña del Tío Tom hasta Condoleezza Rice, que el hecho de tener la piel oscura no convierte a nadie en obligatoriamente rebelde. Se puede ser de tez bruna y contribuir al mantenimiento de un sistema de poder controlado por caucásicos. Del mismo modo que se puede ser mujer y apuntalar con el mayor entusiasmo el machismo más rancio: el ejemplo de Margaret Thatcher es de sobra ilustrativo. El hecho de que Barack Obama sea mestizo –porque es mestizo; no negro– no demuestra que a las minorías étnicas en EE.UU. les vaya a ir mucho mejor con él. Sencillamente: ya veremos.
También resulta exagerado que se presente como gran novedad histórica que el padre de Obama fuera inmigrante. En los EE.UU., casi toda la población procede de la inmigración, quitando los escasos amerindios a los que los herederos del Mayflower no acabaron de exterminar ateniéndose a la consigna del general Sheridan: “El mejor indio es el indio muerto”. ¿Inmigrantes o descendientes de inmigrantes? El 99% lo fueron o lo son, empezando por el propio George Washington, cuyo abuelo era inglés. Con frecuencia, los políticos estadounidenses no son descendientes de inmigrantes, sino inmigrantes ellos mismos. El gobernador Arnold Schwarzenegger fue austríaco hasta que se nacionalizó estadounidense. Heinz Kissinger (alias Henry) nació en Fürth, Alemania. Inmigrantes, como tantos otros.
No intento que se presuponga nada malo sobre Barack Obama. Tan sólo que no se presuponga nada bueno apelando a circunstancias meramente superficiales. Lo que vaya a ser, mejor o peor, tendrá que ganárselo a pulso por sí mismo.
A ver si realmente se deja la piel en ello.
Javier Ortiz. El dedo en la llaga, diario Público (7 de noviembre de 2008).