En la película Muerde la bala (“Bite the Bullet”, Richard Brooks, 1975), Sam Clayton, el jinete ecologista cuyo papel interpreta y borda Gene Hackman, confiesa desde la bañera a su amigo Luke Matthews (James Coburn), mientras se cepilla pensativo las uñas: “¿Sabías que soy un mal americano?”. “¿Y eso?”, se interesa el otro, intrigado. “Parece que si no eres el mejor, el primero, el más grande, si no ganas, eres un mal americano”, le responde.
Tengo un empacho de orgullo nacional victorioso que no puedo con él. Y eso que sus larguísimas y concurridísimas expresiones públicas me han pillado alejado de eso que suele llamarse, con involuntario sarcasmo, civilización. Por más que lo he intentado, no he encontrado el modo de escaparme de ellas por completo. Me ha bastado con encender la radio para escuchar los boletines informativos horarios con la comprensible (y profesional) intención de saber qué pasa en Zimbabwe, qué incremento va a experimentar el precio de la electricidad, cómo va la “operación salida” o cuántos alcaldes corruptos han sido encarcelados en las últimas dos horas, para que me haya arrollado un constante aluvión de patriotismo futbolístico.
Lo que más me molesta es que los agitadores me incluyan en sus excesos. “Todos estamos orgullosos...” “Todos sentimos...” “Todos vibramos...” ¿Todos? ¿Yo también? ¿Y dónde han obtenido el derecho a hablar en mi nombre? De todos, nada. Yo vi el domingo un partido de fútbol que me divirtió y que, por razones exclusivas de gusto futbolístico, me pareció bien que ganara la selección de la Federación Española, porque el estilo de la alemana nunca me ha convencido y sigue sin convencerme, y el de la española me pareció imaginativo y técnicamente superior. Y adiós, muy buenas; eso es todo. Yo no jugué. No gané nada. No soy campeón.
¿Soy un mal español? Supongo que sí. También parece que soy un mal vasco: siempre he temido los triunfos de los equipos de fútbol de mi tierra, porque el gentío local se pone inaguantable. Talmente como si fueran madrileños. O italianos. O alemanes.
Es curioso cómo se enfrentan entre sí los nacionalistas, sin darse cuenta de que todos son iguales.
Javier Ortiz. El dedo en la llaga, diario Público (2 de julio de 2008).