Se ha montado una curiosa polémica sobre las entrevistas televisivas a gente con líos legales de cierta magnitud, como Luis Roldán o Julián Muñoz.
En estrictos criterios periodísticos, la cuestión central no es la catadura moral de los entrevistados, ni si esos individuos cobran o no por dejarse entrevistar, sino si están dispuestos a confesar algo que resulte de importancia para nuestro conocimiento de la realidad. Si ya de antemano el entrevistado declara, como Roldán, que no va a “tirar de la manta” (expresión de raíz antijudía muy arraigada en Navarra, donde el exdirector de la Guardia Civil ejerció casi de todo), la entrevista pierde todo interés público relevante: se convierte en mero morbo cutre. Pero si hubiera estado dispuesto a contar algo de lo mucho que sabe, podría haber sido una pieza fascinante.
En este tipo de asuntos hay una confusión notable. Hay gente que te dice: “Pero, ¿cómo puedes tratar con sinvergüenzas así?”. La respuesta es simplicísima: si quieres conocer cómo funciona el mundo de los sinvergüenzas, tienes que hablar con sinvergüenzas. Si quieres saber cómo se lleva a cabo la guerra sucia, habrás de descender a las cloacas del Estado, que diría Felipe González. Y si estás investigando cómo está la Mafia, deberás tratar con los mafiosos que se dejen. Y si los mafiosos quemados o rencorosos te piden dinero por irse de la lengua y lo que pueden largar es valioso, tendrás que negociar la tarifa.
Yo jamás renunciaré a entrevistar a un tipo que me pueda proporcionar información relevante porque me repugne que no sea un santo. De hecho, tampoco me negaría a entrevistar a un santo si estuviera dispuesto a contarme cómo funciona eso tan raro del Cielo.
Javier Ortiz. El dedo en la llaga, diario Público (21 de noviembre de 2008).