Ahora se llevan mucho las afirmaciones categóricas que lo único que hacen, en realidad, es expresar buenos deseos carentes de fundamento racional.
“Otro mundo es posible”, afirman algunos. En cierto sentido, no sólo es posible, sino inevitable, porque todo fluye y nada permanece, según nos enseñó Heráclito, pero no hay ninguna razón sólida que permita afirmar que el mundo que nos espera a la vuelta de la esquina vaya a ser por fin justo y solidario. Desde hace muchos siglos, este planeta sólo ha vivido diferentes versiones de lo mismo: una minoría explota, la gran mayoría es explotada.
“Los violentos nunca nos vencerán, porque la razón está de nuestro lado”, acabo de oír en la radio a una señora muy enérgica. Me quedo perplejo ante tanta ingenuidad, que ignoro si será veraz o impostada.
Dejemos de lado que habría que empezar por recordar que violentos los hay de muy diversos tipos, a menudo enfrentados entre sí, y casi siempre a muerte, que es lo suyo. Los estados son violentos (ellos mismos proclaman que aspiran al monopolio de la violencia) y quienes se enfrentan a tiros con ellos, desde otro estado o desde dentro de sus fronteras, también. Pero da igual: si algo nos ha enseñado la Historia es que los violentos, unos u otros, se las arreglan muy bien para vencer a los pacíficos. Podrá gustar más o menos (a mí menos), pero es así. “El poder está en la punta del fusil”, dijo Mao Zedong, limitándose a sintetizar lo que todos los estrategas y el propio sentido común han dictado desde siempre.
Al Capone, reconocido violento, lo expresó de manera aún más gráfica, sirviéndose de una imagen ligada al póquer. Dijo: “Cuatro reyes y un revólver valen más que cuatro ases”.
Javier Ortiz. El dedo en la llaga, diario Público (11 de marzo de 2009).