Ahora que tanto se habla sobre Ernesto Guevara, no pocos recuerdan la consigna que el revolucionario argentino-cubano lanzó en su mensaje a la Conferencia Tricontinental de 1966: “Crear uno, dos, tres Vietnam es la consigna”. El Che se refería –aclaro, para quien no lo sepa– a la guerra que en aquel momento se libraba en Vietnam contra el hegemonismo de los EE.UU. Proponía fomentar focos de resistencia semejantes en otros lugares del mundo para poner coto al arrogante expansionismo que Washington estaba desarrollando manu militari.
El planteamiento de Guevara, por mucho que algunos pudiéramos simpatizar con su intención de fondo, era decididamente voluntarista. Las revoluciones maduran y estallan (o no) por razones muy diversas, incontrolables. No basta con que tales o cuales minorías radicales quieran provocarlas. Son resultado de una enorme multiplicidad de factores económicos, sociales, políticos… y a veces hasta geológicos, como se demostró tras los terremotos de Irán y de Nicaragua.
El Che no consiguió “crear uno, dos, tres Vietnam” (pereció en el intento) pero, paradojas de la vida, quienes pueden llegar a materializar su consigna son los propios gobernantes de los EEUU. Van de conflicto armado en conflicto armado. Ahora mismo, cuando aún siguen empantanados en Irak, se les ha puesto al rojo vivo Afganistán. En la lejanía y por otras vías, buena parte de América Latina también les está dando la espalda.
Los días pares, Washington ejerce de pirómano; los impares, de bombero.
Quién le iba a decir al Che que quizá le habría traído más cuenta seguir el consejo árabe y haberse sentado en la puerta de su casa a la espera de ver pasar el cadáver del enemigo.
Javier Ortiz. El dedo en la llaga, diario Público (14 de diciembre de 2008).