Manolo Vázquez Montalbán lo dijo más de una vez, y no estoy seguro de que todo el mundo captara bien los muchos amargos matices de su humorada: “¡Contra Franco vivíamos mejor!”
Alguien expuso una tesis similar, también irónica, en una mesa redonda internacional a la que me tocó asistir a comienzos de los noventa. Más de uno se echó las manos a la cabeza cuando lo oyeron. No entendieron que afirmara que, en los tiempos en los que el mundo vivía bajo el control de las dos grandes potencias hegemónicas, Washington y Moscú, reinaba el equilibrio del terror, lo que hacía que nuestro planeta resultara mucho más seguro. El hombre se limitó a hacernos ver que, a menudo, si hay que llamar al orden a un mandón farruco, puede convenir que alguien le deje claro que sus enemigos tampoco son mancos.
Desde la caída del Muro hasta estos días de ahora, el Gobierno de los EE.UU. ha vivido bajo la ilusión –consentida por casi todos, bien es cierto– de que podía hacer o deshacer a su antojo en cualquier parte del globo terráqueo, con razón o sin ella. En los Balcanes, en Oriente Medio, en Irak, en Afganistán, en el Magreb, en Pakistán, en Oceanía, en Panamá, en México, en Cuba, en Sudamérica... y hasta en Morón de la Frontera. ¡Pero si hasta ha sido capaz de intervenir militarmente en las faldas del Himalaya en nombre de una organización que se hace llamar “del Atlántico Norte”!
No quisiera suscitar malos entendidos como el que antes he mencionado. Estoy lejos de pretender que el ataque ruso contra Georgia sea un acto de justicia. Al contrario: así, a primera vista, me parece pura barbarie. Me limito a señalar que la OTAN animó a los dirigentes georgianos a provocar a Putin en Osetia con las peores artes, para ver cómo respiraba el ruso, y que éste ha respondido diciéndole de manera muy contundente a Bush que con las cosas de comer no se juega y menos en el patio de su casa, que es particular.
Ahora Washington ya sabe que Kósovo marcó la frontera de la paciencia de los sátrapas rusos. Ahora Washington ya sabe que el Kremlin es capaz de plantarle cara. Ahora ya está claro que la política mundial vuelve a ser multipolar.
Javier Ortiz. El dedo en la llaga, diario Público (13 de agosto de 2008).