No me parece mal que se exija a las representaciones municipales de ANV que se pronuncien sobre los atentados de ETA. Su silencio es perverso, por más que el silencio, por definición, no diga nada. Lo que me irrita es que esa demanda, presentada en varios ayuntamientos de Euskal Herria, sea bautizada como “moción ética” y que se asegure a continuación que se esgrime porque no cabe tener relaciones “con quienes no condenan la violencia”.
Ya lo he explicado en anteriores ocasiones, pero lo volveré a hacer, porque no pierdo la esperanza de que alguna gente se dé cuenta de que están manipulándola, ya sea desde los telediarios o desde la Presidencia de Izquierda Unida, que se ha sumado a ese rollo con gran entusiasmo.
En primer término: ¿Qué es eso de “condenar la violencia”? Ni siquiera lo hace el Código Penal, que es la expresión regulada de la violencia que ejerce el Estado contra las conductas que él mismo tipifica como inaceptables. El Estado es la estructura organizada y más acabada de la imposición. Él decide qué instrumentos de violencia no sólo son aceptables, sino incluso estupendos: las Fuerzas Armadas, las policías, los tribunales, las cárceles. En consecuencia, pedir a alguien que condene “la violencia”, ¿qué quiere decir? ¿Que se le reclama que esté en contra de cualquier actitud coercitiva? ¿Se nos han vuelto todos bakuninistas, o qué?
En segundo lugar, ¿de qué ética se está hablando, cuando se presentan las mociones yendo de la mano de gente que no condenó y sigue sin soltar prenda, tantos años después sobre otras muchas manifestaciones de violencia ilegítima, desde el Batallón Vasco-Español hasta los GAL, pasando por Intxaurrondo (dicho sea ciñéndonos a los asuntos internos y sin salir al extranjero)? Torturas, secuestros, asesinatos… Francamente, elaborar una “moción ética” con los mismos que pagaban a Amedo y Domínguez recuerda al título de Alberti: “Yo era un tonto y lo que he visto me ha hecho ser dos tontos”.
Tengo claro por qué estoy también en contra del abstencionismo ético de ANV. Pero resalto y subrayo en qué términos: he escrito “también”. No me gustan ni los unos ni los otros.
Javier Ortiz. El dedo en la llaga, diario Público (3 de mayo de 2008).