Hay un anuncio institucional que, cada vez que lo escucho, me entran ganas de discutirlo. Ya lo he hecho más de una vez, pero disputar con la radio, aunque desahogue, tiene sólo un valor privado, de modo que me he decidido a hacerlo hoy en Público.
Hablo del anuncio del Ministerio de Igualdad que dice: “Cuando maltratas a una mujer, dejas de ser un hombre”.
Aunque se trate de un aspecto secundario, me molesta ya de entrada que el anuncio emplee ese tuteo impersonal: “Cuando maltratas...”. Habría preferido con mucho que dijera: “Cuando un hombre maltrata...”. No veo a qué viene interpelarnos en persona.
Pero lo más desafortunado es la amenaza de pérdida de hombría que lleva implícita la frase. Se apoya en el prejuicio de que ser hombre comporta determinadas virtudes incompatibles con la violencia machista. No hay tal. La condición de hombre apareja ciertas facultades; no virtudes. Un hombre que pega a una mujer es un asqueroso y un delincuente, pero es un hombre. ¿Qué, si no? El hecho de pertenecer a la especie humana, en general, y al sexo masculino, en particular, no presupone en principio nada bueno. Nerón, Tomás de Torquemada, Hitler, Videla, Jack el Destripador e incluso Julio Iglesias: todos infames, pero hombres.
No pongo en duda las buenas intenciones de las propagandistas del Ministerio de Igualdad, pero recuerdo que de buenas intenciones está empedrado el camino del infierno. Si hay un terreno en el que la apelación a la condición de hombre resulta especialmente infeliz, es en éste, porque la violencia machista es un resultado –extremo, pero resultado– de la concepción patriarcal de las relaciones entre los sexos, conforme a la cual las mujeres son parte del patrimonio de los hombres. Les pertenecen, digan las leyes lo que quieran.
¡“Dejas de ser un hombre”! Se parece demasiado al modo en que trataban de acelerar mi aprendizaje de la hombría cuando era crío: “¡Compórtate como un hombre!”
No nos pidan que hagamos esto o que no hagamos lo otro para seguir siendo hombres. No se trata de seguir siendo hombres, sino de promover una masculinidad diferente.
Eso es todo. (¡Y ahí es nada!)
Javier Ortiz. El dedo en la llaga, diario Público (17 de julio de 2008).