Desde el 1 de marzo, la política vasca sufre de un doble atracón. De un lado, el PNV subraya la evidencia de que la mayoría de la sociedad de Euskadi es nacionalista o, al menos, partidaria del derecho a la libre decisión. Pero ese es un dato social, ideológico y cultural imposible de trasformarse en político. ¿Es problemático que una sociedad tenga un gobierno que no representa el sentir de la mayoría de sus ciudadanos? Lo es, pero ni es la primera vez que sucede ni se ve cómo hubiera podido remediarse, dadas las limitaciones jurídicas impuestas a la izquierda abertzale y al hecho de que ninguna de las tendencias principales del nacionalismo está dispuesta a ceder el papel de guía y luz del conjunto.
Del otro lado, hay dos partidos que, sin llegar a ser lo contrario exactamente, niegan lo anterior para no hablar más que de la suma aritmética de sus escaños.
El suyo será un gobierno frágil, pero al menos es uno. Se pasan el día comparando dos realidades sobre las que cada cual podrá emitir los juicios éticos que quiera, pero que no son realmente comparables.
Se equivocan los que creen que tanto el PNV como la izquierda abertzale están apelando a unas pretendidas esencias espirituales del pueblo vasco. Se limitan a constatar el hecho de que la mayoría nacional vasca está en su órbita. Como se equivocan quienes atribuyen la mayoría de escaños en el Parlamento de Vitoria a un “vuelco” en pro del llamado “frente constitucionalista”.
Por la vía actual, podríamos pasarnos meses dándole una y otra vez vueltas a la misma noria.
Javier Ortiz. El dedo en la llaga, diario Público (15 de abril de 2009).