Insiste el presidente del Congreso de los Diputados, José Bono, en que tiene que adquirir más veteranía para lograr que sus decisiones no incomoden a unos u otros parlamentarios.
Me temo que sigue sin entender cuál es el fondo del asunto. Lo fundamental no es que sus iniciativas personales resulten más o menos simpáticas. Lo que debe hacer es dejarse de tomar más iniciativas innecesarias, altamente sospechosas de estar destinadas a su particular lucimiento. Ni placas a sor Maravillas, ni lecturas constitucionales de famosos, ni gracietas sobre la insaculación (¿dónde estaba el saco, por cierto?), ni alusiones supuestamente jocosas al oficio de las madres de los parlamentarios del PSOE… ni nada de nada.
Está claro que, entre las muchas virtudes que seguramente adornan la personalidad de José Bono, no figura la discreción. Se le ve convencido de poseer un gracejo particular (y hasta cabe que lo tenga, aunque yo no se lo encuentre), pero en todo caso no ha sido nombrado presidente del Congreso para hacer gracietas, sino para dirigir con tacto, sobriedad y prudencia una institución que ya tiene suficientes problemas por sí sola, sin que nadie le añada más. No se trata de que invente nada: le bastaría con atenerse al ejemplo que dio Manuel Marín en ese mismo cargo, en el que no se distinguió por ser la alegría de la huerta (ni falta que hacía), pero tampoco se metió en líos innecesarios.
Asegura Bono que, cuando abandone la Presidencia del Congreso, se retirará para siempre de la política. Me suena: hace años, cuando dejó la cartera de Defensa, dijo lo mismo.
Ahora echa la culpa a Zapatero de haberse desdicho. Lo mismo la próxima vez se la echa a sor Maravillas.
Javier Ortiz. El dedo en la llaga, diario Público (3 de diciembre de 2008).