Una exazafata lesbiana ha sido nombrada primera ministra de Islandia. Ésa está siendo la noticia.
No veo qué importancia pueda tener que la señora Jóhanna Sigurdardôttir ejerciera en su día de azafata. He conocido azafatas encantadoras, lo mismo que me he topado con algunas bordes como ellas solas. Que doña Jóhanna trabajara de joven como azafata no dice nada sobre sus habilidades o torpezas políticas. Durante mi estancia veinteañera en Francia, antes de que me becaran para estudiar periodismo, laboré como pintor-vidriero, más que nada porque la Francia de los setenta no tenía una imperiosa necesidad de profesores de latín vascos que hablaran mal el francés. Pues lo mismo: ella, exazafata, ha acabado de primera ministra, y yo, ex pintor-vidriero, me dedico a escribir columnas. ¿Y qué?
Luego está el otro asunto: resulta que Sigurdardôttir es lesbiana. Por lo que cuentan las crónicas, a la mayoría de la población islandesa no parece que ese dato la conmueva ni poco ni mucho. Me identifico con el pueblo de Islandia: a mí también me es indiferente. Si me dijeran que la nueva primera ministra es una gran jugadora de ajedrez, podría deducir que lo mismo tiene ciertas dotes de estratega, pero me es imposible concluir nada concreto del hecho de que tenga amores con esta persona o con aquella otra.
Lo que más me llama la atención de Sigurdardôttir no es nada de todo lo anterior, sino que fue ministra del gobierno anterior, encabezado por la derecha, que se las arregló para llevar al país al borde de la bancarrota, y que ahora quiera gobernar con el llamado Movimiento de la Izquierda Verde. O sea que, con tal de mandar, está dispuesta a hacerlo con quien sea.
Javier Ortiz. El dedo en la llaga, diario Público (3 de febrero de 2009).