No tenía previsto escribir sobre Ernesto Guevara, por muchos aniversarios que se acumularan y muchas películas que rodaran. Vi la hagiografía de Benicio del Toro, tirando a imprecisa, pero simpática. “Bah, cállate; déjalo”, me dije. “Vete a saber cómo te interpretan si escribes sobre ello”.
Ésa era mi determinación hasta que ayer leí que el ensayista argentino Juan José Sebreli ha publicado un libro en el que ha definido al Che como “la antítesis del político” porque, según él, “la tarea del político es lenta, discreta y paciente, se realiza cada día y a través de los años, requiere esfuerzo, obstinación, perseverancia; además, necesita la capacidad de transigir, negociar, consensuar, saber replegarse y establecer alianzas”. Todo lo cual ha sido muy celebrado.
Leído lo cual, concluí que la cuestión ya no era Guevara, sino la política. Esa concepción de la política, tan extendida.
Siempre he simpatizado con la consigna del turbulento Danton, quien reclamó a los revolucionarios franceses de su tiempo: “¡Audacia, más audacia, siempre audacia!”.
Cuando Sabreli cree que define al político, caracteriza tan sólo al político oportunista. Que la gran mayoría de los políticos profesionales sean acomodaticios, taimados y arribistas no quita para que pueda haber otro género de políticos. Aparecen, de tanto en vez. Y nos honran.
Guevara cometió muchos errores, pero tuvo al menos una virtud innegable: luchó incansablemente por los condenados de la Tierra. Si eso lo convirtió en “idiota político”, como afirma Sebreli, me apunto a su bando.
Alberti escribió en 1929: “Yo era un tonto y lo que he visto me ha hecho dos tontos”. Se ve que seguimos en las mismas. Hay demasiado listo.
Javier Ortiz. El dedo en la llaga, diario Público (13 de noviembre de 2008). También publicó apunte ese día: De Juana y el ensañamiento.