Es creencia general que la Guerra de Secesión norteamericana se libró para poner fin a la esclavitud. La realidad fue bastante más compleja: aquello fue el enfrentamiento entre dos modelos de sociedad basados en dos tipos de economía. Los nordistas rechazaban el racismo, es cierto, pero en buena medida porque en el Norte apenas había negros. En cuanto los esclavos emancipados empezaron a emigrar en masa a su terreno, surgieron también allí el racismo y la discriminación. Y los guetos.
Durante mucho tiempo, en España se oyó mucho esa misma cantinela: “Nosotros no somos racistas”. ¿Con quién lo íbamos a ser, si no había más inmigración que la interna? Como en el caso de los yanquis, aquí el racismo y la xenofobia sólo han cristalizado cuando nuestras ciudades y pueblos han empezado a vestirse de colores exóticos. Las culturas, las costumbres y las voces distintas se superponen a las locales, y ya se sabe que la diferencia es la contradicción.
En España siempre ha sido llamativo el rechazo étnico dirigido contra las gentes gitanas y las mercheras, mal llamadas quinquis. La hostilidad hacia ellas no era racismo, porque no son de otra raza, ni xenofobia, porque son tan aborígenes como cualquier español de pro, sino más bien culturofobia, dirigida contra sus costumbres y sus códigos de conducta, peculiares y endogámicos.
Pues en ésas estábamos cuando llegaron en tropel los rumanos, muchos de ellos gitanos, y se instalaron por media España.
Con lo cual ya la tenemos montada.
Nos alarmamos –con razón– viendo cómo se las gasta Berlusconi, dispuesto a expulsar de su país incluso a los gitanos que tienen nacionalidad italiana. Pero haríamos mal en pensar que il cavaliere representa un fenómeno extraño.
En Utrera (Sevilla), 603 vecinos han pedido que los rumanos sean expulsados de la localidad. Sostienen que muchos tienen comportamientos incívicos. ¿Sí? Pues que los localicen y los sancionen, pero individualmente, incívico por incívico. Pretender la expulsión indiscriminada de colectivos étnicos enteros evoca episodios históricos muy inquietantes. Algo muy semejante hicieron por allí hace siglos con los judíos.
Javier Ortiz. El dedo en la llaga, diario Público (7 de junio de 2008).