Me preguntaron ayer en la radio, en Cataluña, sobre el atentado de ETA en Legutiano y me vino de inmediato a la memoria una hermosa estrofa del Jorn dels miserables, de Lluís Llach: “Que poques paraules tinc / i les que us dic són tan gastades…” (“¡Que pocas palabras tengo / y las que os digo están tan manidas!”).
¿Qué cabe decir sobre la barbarie de ETA que no hayamos señalado ya mil veces? Casi todo lo que se puede constatar es obvio. ¿Que mata a la desesperada, impelida por la evidencia de que cada día pinta menos en todos los órdenes, tratando de hacerse a sangre y fuego un hueco en las noticias? No hay que ser muy experto para llegar a esa conclusión.
“Pero tiene un sector bastante amplio de la sociedad vasca que apoya lo que hace”, me replican. No estoy de acuerdo. Buena parte de esa porción de la sociedad vasca a la que aluden (la izquierda abertzale) no simpatiza ni poco ni mucho con los atentados de ETA. A lo que se resiste con uñas y dientes, por sus propias razones, es a sumarse al coro del sistema establecido y a encontrarse cualquier día desfilando en una manifestación codo con codo con Mayor Oreja, o con Rodríguez Galindo, o con Amedo. Pero, charlando en privado, sin luz ni taquígrafos, la mayoría de los integrantes de esa izquierda abertzale confiesa que, por su gusto, si ETA se disolviera de una pajolera vez, todos tan contentos.
No niego que también hay una cierta proporción de la sociedad vasca que camina por la vida con anteojeras, y encima no ve más allá de sus narices, lo que complica todavía más su percepción de la realidad. Es gente que a menudo tiene sus propias pulsiones –casi siempre familiares– para cegarse. Pero representa una minoría cada vez más exigua. El tiempo no la ayuda.
En mi criterio, la forma más radical de condenar a ETA es prescindir de ella y de sus disparates, teóricos y prácticos. No permitir que la vida política se vea condicionada por ella. Hacer lo que haya que hacer, o no hacerlo, pero sin tenerla en cuenta. Tomarla como si se tratara de un meteoro adverso, cual el pedrizo o la helada, que se combate lo mejor que se puede, pero no se discute, porque para qué.
Javier Ortiz. El dedo en la llaga, diario Público (15 de mayo de 2008).