A demanda parlamentaria del BNG, la Real Academia Española (RAE) ha decidido que la próxima edición de su Diccionario ya no incluirá el adjetivo “gallego” como sinónimo de “tonto”. Es sintomático que haya tenido que ser el BNG el que llame la atención de los académicos sobre tamaña estupidez. La rectificación debería haber partido de ellos mismos.
Hay muchas otras entradas del DRAE que cojean del mismo pie: que si cafre, que si ladino, que si gitano, que si judiada, que si hacer el indio (el ridículo)…
Es habitual responder a objeciones como éstas señalando que la Academia se limita a tomar nota de los términos y expresiones de uso consolidado, sin enjuiciarlas. Pero eso no siempre es así, ni mucho menos. A veces los recoge, pero de manera crítica. Y en otras ocasiones opta por prescindir, sin más, del uso insultante que mucha gente hace de la palabra. (Véase la definición de quinqui: “Persona que pertenece a cierto grupo social marginado de la sociedad por su forma de vida”. Punto y final).
El uso de vocablos y frases hechas insultantes que se apoyan en circunstancias étnicas o de nacionalidad acostumbra a hacerse acompañar de otros similares, pero de signo netamente clasista: destripaterrones, hortera, canalla, miserable, pobretón, descamisado, pelagatos…
La definición de pelagatos me fascina de modo muy particular: “Persona insignificante o mediocre, sin posición social o económica”. ¿Insignificante? ¿Sin posición? Todo ello rezuma clasismo. Y es obra de la propia Academia.
Javier Ortiz. El dedo en la llaga, diario Público (23 de marzo de 2009).