La Asociación Profesional de Golf Femenino (LPGA) ha decidido que las golfistas que quieran participar en sus torneos deberán pasar un examen de inglés y que las aspirantes que no demuestren un conocimiento suficiente de esa lengua quedarán excluidas.
Me ha sorprendido que en esta España de hoy, tan sensible a las imposiciones lingüísticas, en la que tanto Castelar redivivo, tipo Luis Aragonés, firma manifiestos en defensa de su derecho a expresarse urbi et orbi en su lengua materna (no vaya a ser que los catalanes o los vascos traten de impedirle decir “Y tal y tal” cada dos frases), casi nadie, o nadie, se haya mostrado escandalizado por esta decisión de la LPGA, que está en la línea ya abrumadora de imponer el inglés como lengua universal de uso obligatorio.
No soy especialista en los intríngulis del golf pero, por lo que tengo visto, los jugadores de ese deporte apenas tienen nada que hablar, y casi todo lo hacen con su auxiliar (caddy), con quien se entienden sin problemas. Si viajan a un país en el que se habla una lengua que no controlan, se procuran un traductor que pagan de su propio bolsillo, y asunto concluido. Si se expresaran bien en inglés, eso que tendrían ganado, por supuesto, pero no les es imprescindible.
La LPGA argumenta que las jugadoras que no hablan bien el inglés tienen dificultades a la hora de hacer declaraciones a la prensa, comunicarse con el público y atender los requerimientos de los patrocinadores. Que explique por qué, cuando sus asociadas acuden a participar en torneos en países de habla no inglesa y no sólo acuden sin traductor, sino que exigen que se las acoja y atienda en inglés.
La medida resulta doblemente hiriente porque se aplica sólo a las golfistas. Los hombres están exentos.
El argumento último, como suele ocurrir casi siempre, es económico y nacionalista, a partes iguales. La LPGA está asustada porque cada vez hay menos mujeres estadounidenses en los primeros puestos del escalafón mundial de ese deporte, en el que predominan abrumadoramente las asiáticas. Quiere cambiar eso, por las buenas o por las malas. Así sea metiendo la lengua por el agujero menos pertinente.
Javier Ortiz. El dedo en la llaga, diario Público (15 de septiembre de 2008).
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