Cité el otro día al general Vo Nguyen Giap, que comandó las fuerzas vietnamitas primero contra los franceses, derrotándolos en Dien Bien Phu, y luego contra los norteamericanos, con el resultado conocido.
De Giap hay un lado que me desagrada profundamente: planeaba batallas que implicaban una enorme pérdida de vidas de su propio bando. Utilizaba a sus propios soldados como carne de cañón. Pero hay un concepto militar suyo que siempre me ha interesado y que utilizó como médula para un librito que escribió por aquel entonces y que tituló (traducido al castellano) “Uno contra diez en el plano estratégico, diez contra uno en el plano táctico”.
La idea, aunque sea militar, refleja también toda una filosofía del combate, sea del tipo que sea. Claro que, para entenderla, es preciso distinguir entre la estrategia (el método general que se aplica para alcanzar el propósito último de una guerra) y la táctica (las opciones que se toman para salir airoso de cada batalla concreta). En la actualidad, supongo que por influencia del inglés, es mucha la gente de habla hispana que confunde las estrategias con las estratagemas.
Lo que Giap argumentaba es que cabe perfectamente desafiar a un enemigo muy superior en fuerzas, sin dejarse achicar y con la convicción de que es posible derrotarlo a la larga (“uno contra diez en el plano estratégico”), pero que, a la hora de cada choque concreto, en el decurso de la guerra, hay que asegurarse de que las propias huestes están en posición de superioridad, para lo cual hay que esconderse bien y elegir con cuidado cuándo y dónde se entra en combate (“diez contra uno en el plano táctico”).
Es el principio mismo de la lucha guerrillera, pero puede aplicarse a muchos otros órdenes de la vida, incluidos los empresariales: ser osado en los objetivos finales y cauto en los movimientos del día a día.
Lo curioso es que Giap no se atuvo a su propia doctrina, se lanzó uno contra diez en el plano táctico en la ofensiva del Tet … y ganó. No la batalla, pero sí la guerra.
Ésa es otra lección: la cantidad de tiempo que perdemos tratando de ser sabios, y luego para lo que nos sirve.
Javier Ortiz. El dedo en la llaga, diario Público (5 de mayo de 2008).