Se multiplican –por poco, de momento, pero se multiplican– los actos de kale borroka. Tres encapuchados toman la palabra en el acto de celebración del Gudari Eguna (Día del Soldado) en las campas de Aritxulegi, entre Oiartzun y Lesaka –junto al monumento al Padre Donosti, supongo– y leen un comunicado en el que se asegura que ETA seguirá «luchando con las armas en la mano hasta conseguir la independencia y el socialismo en Euskal Herria». Entretanto, Joseba Permach convoca a la Prensa en Ondarroa (Batasuna es inflexible en eso: todos los días una conferencia de Prensa, por lo menos) y hace un balance negativo de los seis meses de tregua.
Las cosas están bastante mal, para qué engañarse. Puesto a hacer mi propio balance del último medio año, me sale un haber tirando a magro. Contabilizo en ese capítulo la ausencia de atentados de importancia, la disposición de Rodríguez Zapatero a dialogar con ETA y el encuentro público entre dirigentes del PSE y Batasuna. La parte del debe me resulta mucho más nutrida. Anoto en ella la ausencia de medidas gubernamentales en relación a los presos, la fortísima presión judicial contra los dirigentes de Batasuna y contra sus actividades, el evidente deseo de los socialistas de demorar la constitución de la llamada «Mesa de Partidos», sus vacilaciones en relación al reconocimiento del «derecho a decidir» (fórmula edulcorada con la que ahora se habla del derecho de autodeterminación), el rebrote de la kale borroka...
Lo más preocupante de la situación actual –de bloqueo, aunque oficialmente se eluda esa palabra– es que no se ve cómo va a salirse de ella. Ninguno de los que podrían conseguirlo quiere moverse de su sitio. Todos parecen confiar en que acabará siendo el otro quien, cuando vea que existe un peligro real de fiasco completo, dará el paso.
El juego es muy peligroso. No conviene competir a ver quién es más chulo cuando se camina por el borde de un precipicio.
Desde que se inició el «alto el fuego permanente» de ETA, no pocos políticos y expertos vienen afirmando –con mucho aplomo, pero sin aportar ninguna prueba– que el cese de la violencia de ETA es «irreversible». Esa insistencia me parece errónea por partida doble. En primer lugar, porque carece de base suficiente. Se apoya en hechos que hacen difícil, e incluso muy difícil, la vuelta atrás de ETA, pero que no la convierten en imposible, por desgracia. En segundo término, porque dar por hecha la irreversibilidad del proceso constituye en la práctica, y aunque no se pretenda, una invitación a la inflexibilidad del Gobierno central y del PSE-PSOE en la negociación (en las dos negociaciones pendientes). En efecto: si su objetivo central –la neutralización de ETA– ya lo hubieran alcanzado definitivamente, ¿qué urgencia iban a tener en avanzar más y más rápido?
Es el momento de poner énfasis en el mensaje directamente contrario: nada está consolidado, todo sigue en el aire, hay que mimar las condiciones que hacen posible la continuidad del proceso. Y llamar a todas las partes a tratar con delicadeza de orfebres esta joya, tan valiosa como frágil y quebradiza.