Sostiene el tópico que el primer deber de un político es solucionar problemas, no crearlos. Si eso fuera así, el secretario de Organización del PSOE, José Blanco, debería dedicarse a cualquier otro oficio.
Ocurre que, según se desprende de la experiencia, ese tópico es falso. Está demostrado que la principal ocupación de muchos políticos profesionales –dicho sea en el sentido más despectivo del término– es agrandar los problemas, o incluso crearlos, en el caso de que no los haya. Lo suyo es como lo de ese miembro de un equipo de extinción de incendios de Gran Canaria que la pasada semana, enterado de que se le agotaba el contrato, se puso a prender fuego por todas partes.
Al igual que él, José Blanco es un pirómano. Donde no hay problemas, o hay problemas que cabría resolver con relativa facilidad, él se encarga de ponerlos al pil-pil. (Iba a escribir «al rojo», pero casi mejor dejar los colores para ocasión más propicia.)
De todos modos, y puesto que los apellidos son como son, y eso no tiene remedio, habré de añadir que Blanco no es Blanco: es Blanco y su circunstancia. Y la circunstancia se llama Rodríguez Zapatero. Y, por delegación, María Teresa Fernández de la Vega, que ayer, de viaje por esos mundos de Dios, comentó la dimisión del secretario general de los socialistas navarros (chimpón, jódete patrón, saca pan y vino, chorizo y jamón, y el porrón) diciendo: «La decisión del señor Puras hay que enmarcarla dentro del marco de una decisión estrictamente personal». ¡Una decisión que hay que enmarcar dentro del marco de una decisión! Otra que va para el Nobel de Oratoria.
Tengo un par de amigas que militan en el Partido Socialista de Navarra. Dos mujeres que he conocido en los últimos tiempos y que me han obligado a corregir mis esquematismos sobre el PSN, para dar paso a criterios más matizados y sutiles. Las supongo abrumadas por lo que está ocurriendo. Es más: ni siquiera sé si para estas alturas seguirán siendo del PSN o habrán optado por tirar la toalla y dedicarse a sus cosas –y a las nuestras– por libre.
Por lo que ellas me contaron cuando empezó todo este lío, la base social del socialismo navarro tiene que estar que fuma en pipa. Si no provocan una escisión, o un abandono en masa, no andarán lejos.
Pero, como creo haber dicho ya varias veces desde hace un par de meses, lo que se dirime en este asunto no es ni el Ayuntamiento de Pamplona ni el Gobierno de Navarra. No sólo, quiero decir. No es nada que se agote en los límites de la comunidad foral. De lo que estamos hablando es de si la dirección suprema del Partido Socialista Obrero Español –y me ahorro en este caso discutir los adjetivos, salvo el de «español», por lo que tiene de geográfico– se da cuenta de que, para ganar las elecciones generales del año que viene, necesita convencer al electorado que se siente de izquierda de que está en contra de la derecha. Y la derecha, en la conciencia general, es el PP. Y UPN, desde luego.
Ya ni siquiera es un debate ideológico. Es una cuestión estrictamente práctica. Permitiendo que Sanz («Uno de los tíos más tontos que he conocido en mi vida», según me dijo hace años un periodista de derechas de muy alto copete) renueve su cargo, y hundiendo de paso en la miseria al PSN, Rodríguez Zapatero está tirando a la taza del váter decenas de miles, si es que no cientos de miles de votos.
Empiezo a plantearme si no habría que abrir un concurso para determinar quién tiene más derecho a entrar en la lista de «Uno de los Tíos Más Tontos Que He Conocido en Mi Vida».