El gran debate político del momento es: las elecciones para el Gobierno de España ¿se van a seguir ganando desde los signos externos de la moderación, del llamado centro, o pueden afrontarse con éxito ofreciendo una imagen y un programa de derecha pura y dura? Hace días expresé aquí mismo mi criterio, en principio inclinado hacia la primera de las hipótesis, pero algunos lectores me han escrito confiándome su sospecha de que en los dos últimos años se ha producido en la política española un corrimiento de tierras hacia la derecha que explicaría –y justificaría, en la práctica– la línea dura que están aplicando los principales dirigentes del PP, jaleados por Aznar. Yo ya avisé de que mi punto de vista no se fundamentaba en datos científicos, ni mucho menos; que era más bien cosa de olfato. Quienes creen que puede producirse la posibilidad contraria lo hacen apelando a ese mismo sentido, sólo que con resultados contrarios: a ellos, la situación que se ha ido creando les huele muy mal.
Por lo que se ha visto en la Convención del PP de este fin de semana –y a la espera del discurso de Rajoy, que no creo que ofrezca mayores variantes–, la cúspide de la derecha española está firmemente convencida de que, si quiere abrirse camino hacia La Moncloa, no tiene que moderar su discurso, sino todo lo contrario. ¿Por qué cree eso? ¿Cuenta con estudios sociológicos que le dan cuenta de una fuerte inclinación a la derecha de la opinión pública –excluida, claro está, la «periférica»– o también lo suyo es cosa de olfato? La lógica parece inclinarse más bien por esto último porque, de haberse constatado una tendencia social irrefutable hacia la derechización, se explicaría mal que alguien como Alberto Ruiz Gallardón, que no es imbécil, haya vuelto a reclamar moderación a su partido. Piqué –de cuyas luces tengo más dudas, dicho sea a fuer de sincero– ha apuntado en la misma dirección. Hoy mismo declara en El País que «un partido con vocación de gobierno tiene que ampliar su mensaje». Y añade: «Yo creo que ese deseo [de moderación] es un sentir general del partido. Estos días hablo con mucha gente y veo un clarísimo apoyo a esa línea.»
De lo que tengo escasa duda es de que la batalla principal se librará en el terreno ideológico, entendido el término en su sentido clásico. ¿Quién logrará que lo suyo parezca más «adecuado a los tiempos que corren», a «las necesidades de nuestro tiempo», a «la modernidad» y demás lugares comunes de amplio consenso? No lo sé. Lo que sí sé es que el PSOE no está haciendo un buen trabajo de propaganda. Y que, como ya he escrito bastantes veces, no tiene demasiados instrumentos de propaganda, pese a estar (teóricamente, al menos) en el poder.
Ya me veo a algunos de los míos, reconvertidos para la ocasión en otras tantas madres María de las bodas de Canán, diciéndome: «Pero, hijo, ¿a ti y a mí qué nos va en esto?»
Pues nos va. No porque sea fantástico que siga Zapatero en el Gobierno (¡desde luego que no!), sino porque, si regresa Rajoy (¿o sería directamente Aznar?), ya me sé de varios proyectos históricos que podemos ir archivando. O llevando directamente al campo de batalla.