Cuando Rodríguez Zapatero estaba en la oposición y trataba de hacer méritos para llegar algún día a La Moncloa, se presentaba como el mayor de los forofos del enfrentamiento constante con los nacionalistas vascos. No sólo defendía la persecución sistemática de Batasuna (si la memoria no me falla, la idea de sacar adelante la Ley de Partidos fue suya: él se la propuso al Gobierno de Aznar); también se mostraba favorable al aislamiento del PNV y EA (recuérdese que llegó a presumir de no haber hablado nunca «ni con Xabier Arzalluz ni con Fidel Castro», como si ambos formaran parte de una misma categoría —la de los apestados, imagino— y como si negarse a hablar con ellos aportara la prueba de algún mérito específico).
En aquel tiempo, cualquier observador exterior —como lo éramos casi todos—encontraba sobrados motivos para atribuir a Rodríguez Zapatero el más acendrado de los españolismos y la fe más ciega en la eficacia de los métodos policiales como vía para poner fin a ETA. A ello contribuía igualmente la constatación de que el PSOE, bajo su batuta, rivalizaba con el PP a la hora de propiciar el acceso a los tribunales clave del Estado (Supremo, Constitucional, Audiencia Nacional) de magistrados que participaban de esa doble seña de identidad: la hostilidad hacia los nacionalismos periféricos en general, y al vasco en particular, y la fe ciega en el empleo exclusivo de métodos policiales como vía para acabar con ETA.
Un conocido que tiene buenas líneas de contacto con el entorno de Zapatero me aportó hace pocos días una versión de aquella actuación del hoy presidente del Gobierno que me sorprendió, porque, de ajustarse a los hechos, obligaría a redibujar los perfiles del personaje. Me dijo que —eso ya lo suponía— a Zapatero no le faltaron quienes, desde su elección como secretario general del PSOE, en 2000, hasta las elecciones de 2004, trataron de hacerle ver que se estaba comprometiendo demasiado con opciones muy intransigentes en lo referente a la cuestión nacional y a la solución del conflicto vasco, y que además estaba contribuyendo a consolidar demasiado esas opciones, tanto en lo tocante a las leyes como en lo relativo a los órganos judiciales encargados de aplicarlas. Lo que me sorprendió es que dijera que Zapatero no quitaba la razón a quienes le señalaban ese problema. Se limitaba a responderles que estaba haciendo lo único que podía hacer si quería llegar algún día a la Presidencia del Gobierno, y añadía que tiempo habría, si lograba llegar a La Moncloa, para adoptar posiciones más dúctiles, más matizadas y más realistas en esos terrenos.
¿Será cierto que estaba en esa sintonía ya desde antes de marzo de 2004 o habrá actuado así sobre la marcha y porque no ha tenido más remedio? No lo sé. El hecho es que, en todo caso, una vez llegado a La Moncloa, ha tratado de poner en marcha una política sustancialmente diferente no sólo de la de Aznar, sino también de la que él mismo preconizó en sus tiempos de candidato.
Ha tratado de hacerlo, digo. Pero no ha conseguido pasar de los puros enunciados. Y es que sus iniciativas políticas durante el periodo 2000-2004 podrían tener todo lo que se quiera de argucia táctica, pero sus efectos no fueron nada ficticios. Dando coba a los principales medios de comunicación españoles y alimentando el pensamiento único que tienen en esas materias, contribuyó a solidificar una ideología granítica en buena parte de la sociedad española y a asentar un aparato legislativo y judicial consonante con esa ideología.
Ahora tanto la una como el otro se le oponen con la fuerza de un auténtico vendaval. Incluso su propio partido, salvando el PSC y algunas islas federalistas desperdigadas por aquí y por allá, está en contra de la orientación que pretende adoptar, y se la neutralizan. Está prácticamente solo, rodeado de un equipo de oportunistas correveidiles y de nulidades prácticas, sea por inexperiencia o por pura incapacidad.
Cabe dar giros de 180º sin partirse la crisma si se trata de ponerse a favor de corriente y de decir lo que la mayoría quiere oír. Mucho, muchísimo más complicado es hacerlo para ponerse a navegar contra corriente, sin ningún apoyo mediático digno de particular mención, sin cuadros que organicen a la tropa y sin tropa que organizar.
Ahora bien: si Zapatero se encuentra en esa situación, no podrá decir que no se lo ha ganado a pulso.