La primera mujer con la que estuve casado (perdón por la perífrasis, pero la fórmula «mi primera mujer» se me hace cuesta arriba, por el tonillo de propietario que destila) bromea diciendo que, gracias a esta página web, hoy en día me conoce mejor de lo que nunca me conoció cuando vivimos juntos. (Por cierto que se ha vuelto a casar hace apenas unos días. No hace falta que la felicite aquí: ya lo he hecho en persona.)
Tengo algunos lectores que, sin embargo, se me quejan porque aseguran que a veces no proporciono toda la información que debería. Estos últimos días he recibido varios correos –bienhumorados, por supuesto– en los que me reprochan que he sido infiel a mi tradición comunicativa y me he guardado para mi coleto algunas historias de las que debería haber dado cuenta.
Vale, me pongo cumplidor.
Primera cosa: lo de las Jornadas de Santa Cruz de Tenerife. Han sido un asunto de trabajo, patrocinado por CajaCanarias y organizado por un amigo con el que me apetecía colaborar.
La idea general tenía su gracia: se trataba de juntar a algunas personalidades del mundo de la cultura con otras vinculadas al deporte y animarlas a intercambiar sus respectivas experiencias y su visión de la otra parte.
Yo iba de moderador.
De las tres jornadas, dos respondieron a propuestas mías.
El lunes 30 de julio puse mano a mano a Ángel Cappa y Óscar Ladoire, y nos lo pasamos en grande. Óscar no sólo sabe de cine, de literatura y de lo que le echen, sino también de deporte. Ángel tiene un nivel cultural de quitarse la gorra (dicho sea sin ningún pelotilleo: es un tipo excepcional). Ambos tienen un excelente sentido del humor y, además, hicieron buenas migas entre sí visto y no visto.
El viernes 3 de agosto situé frente a frente a José Saramago y Pello Ruiz Cabestany. Pello, que se ha enfrentado a lo largo de su vida a no pocos riscos y a muchas cumbres, aguantó el tirón muy bien: estuvo ingenioso, certero y no se dejó amilanar por la impresionante talla de su contertulio. Saramago se mostró acerado y penetrante, como siempre. Lo que quizá a alguien le sorprendiera es que estuviera también muy divertido, y hasta un tanto guasón. A mí me tomó el pelo un buen rato –cariñoso, como es siempre conmigo– y hubo momentos en los que el público (y Pello y yo) no pudimos evitar la franca carcajada. Fueron dos horas para el recuerdo.
La jornada de en medio me tenía a mí (con vosotros estoy obligado a ser sincero) francamente aterrado. Se juntaban las gemelas Ruano, windsurfistas de pro, con el cineasta Juan Carlos Fresnadillo. De las dos mozas no sabía ni que existieran. Tengo la misma relación con el windsurf que con los Testigos de Jehová, por decirlo francamente. Con una de ellas mantuve una breve polémica sobre la monarquía: estaba a favor. Nos reímos. En cuanto a sus proezas deportivas, que son la repera, tuve que hacer un cursillo intensivo en internet para enterarme de algo, más que nada para no hacer el ridículo al cien por cien.
De Fresnadillo sí había oído hablar, por lo de la candidatura al Óscar en la modalidad de cortometrajes, por el Goya y por el éxito que está logrando en los USA con su última película, pero lo cierto es que no he visto ni un fotograma suyo, y además el cine de terror (o de horror, o como se llame) me da repelús. Me pareció un chaval muy agradable, aunque me dejó desconcertado cuando le pregunté por Bergman y Antonioni, fallecidos pocas horas antes, y me dijo que no había visto casi nada de ellos. Peculiaridades generacionales, supongo. A cambio, sabe mucho sobre Hitchcock, lo que le honra.
El otro asunto interesante (para mí) de la pasada semana es que el sábado me estrené como contertulio en Radio Nacional de España. No he dado al suceso ninguna solemnidad porque se trata de una mera sustitución. El magazine matinal de los fines de semana de RNE («No es un día cualquiera») ha adoptado una fórmula provisional, veraniega, y el encargado del programa, Toni Marín, con el que tengo desde hace tiempo una cordial relación, me ha pedido que le acompañe en la tertulia política de los sábados, de 9 a 10 de la mañana.
Nos estrenamos el pasado 4. Me sentí cómodo, lo cual, tratándose de mí y de una cadena de radio de difusión estatal, no es poco decir.
Si la cosa fuera a más después de agosto, ya os lo contaría.
Lo que más me afectó fue lo de «…una hora menos en Canarias». Para estar a las 8 en los estudios de RNE en Santa Cruz tuve que levantarme a las 6 (uno, que es un profesional, tiene que oír las noticias y leerse los periódicos del día antes de empezar a soltar chorradas ante un micrófono). Pero, claro, habíamos estado de palique con Pello Ruiz Cabestany hasta algo así como la 1:30 de la madrugada (o sea, las 2:30 peninsulares). Lo que quiere decir que la experiencia resultó tirando a agotadora, para un vejestorio como yo.
El sábado podría haber sido un día estupendo para recuperarse. Pero no. Porque vino a vernos un amigo-amiguísimo de Gran Canaria, con el que nos liamos malamente (o sea, muy bien), y luego quedé con mi primo Emilio Sánchez-Ortiz, magnífico novelista y todavía mejor primo, y con su mujer, Tere, y luego nos fuimos de cena a La Laguna para ver a otros dos amigos de toda la vida, Francis y Pablo, con quienes pacté que iré a la Universidad de allí a dar una conferencia en octubre…
O sea, que al final he vuelto a Alacant hecho unos zorros, con todo mi reloj interno descabalado, mi sueño cualquiera sabe dónde y esperando que la normalidad venga a mí, ya que todo indica que de momento yo soy incapaz de ir a la normalidad.
En todo caso, espero que retiren sus quejas los (y las) que se me han quejado porque no cuento con detalle mis andanzas.
A nada que insistan, acabaré convertido en notario de mí mismo.