Dicen los dirigentes de Esquerra Republicana de Catalunya que no es su partido el que debe abandonar el Govern, porque él se ha mantenido fiel a los acuerdos que propiciaron su formación. Que, en todo caso, deberían ser el PSC e Iniciativa per Catalunya quienes asumieran las consecuencias de su desviación del camino pactado. El argumento tiene cierta solidez formal, pero tan sólo formal. Por poner un ejemplo: si alguien está en un partido político que, por decisión mayoritaria, decide cambiar de línea política, y él se siente en total desacuerdo con ese giro, lo que hace en buena lógica es darse de baja; no reclamar a la mayoría que se vaya y funde otro partido. Es lo más práctico.
Lo que sí es cierto es que el actual Govern de Cataluña, aunque se base en un pacto tripartito, es fruto material de la decisión de su president, al que, si lo tiene tan claro, le basta con prescindir de los consejeros de ERC. ¿Que eso le obliga a convocar nuevas elecciones? No; no le obliga. De momento, a lo que le obligaría es a gobernar en minoría. El grupo parlamentario de ERC tendría que asumir la responsabilidad de hundirlo, si es que CiU le deja. No es tan sencillo.
De todo este asunto, lo que más me llama la atención –a mí, que soy tirando a rarito– es lo malísimamente mal que llevan los dirigentes de ERC abandonar sus responsabilidades de gobierno. Vistos desde fuera, tal parece que se aferren a los sillones como posesos. En particular, me tienen estupefacto con los bailes que han dado a la hora de decidir el sentido de su voto (o no voto) en el referéndum sobre el nuevo Estatut y con la gama de decisiones estrafalarias que han tomado en el Senado para hacer y no hacer, y para rechazar y permitir. Esto último, que va a cumplir hoy su último trámite, me parece de traca: los senadores de ERC se van a abstener en la votación para no impedir que el Estatut siga adelante. Pero, si tienen decidido votar No en el referéndum, ¿por qué no se oponen también a la tramitación parlamentaria del texto? No me parece que sea pecar de suspicaz pensar que quieren alcanzar dos objetivos a la vez: primero, no impedir que el Estatut salga adelante, quedando más o menos bien con el establishment político catalán; segundo, no cabrear demasiado a su base (militante y electoral), que ha reclamado el No al texto pactado entre Zapatero y Mas.
Pero tengo leído de siempre que desear con ansia una cosa y su contrario es el principio mismo de la neurosis. Lo mismo es que Carod y sus cercanos se han metido por las pantanosas sendas de la política neurótica.