La Asamblea General de las Naciones Unidas votó ayer una resolución de condena del ataque israelí contra Beit Hanún, que entrañó el asesinato de 19 civiles. Por 156 votos a favor, siete en contra y siete abstenciones, la Asamblea exigió a Israel que cese sus acciones militares en la franja de Gaza y que retire sus tropas de la zona.
Israel dejó bien claro de inmediato que no piensa tomar ni siquiera en consideración las exigencias de la Asamblea General. Puede permitírselo, puesto que, como se sabe, las resoluciones de la Asamblea General, a diferencia de las del Consejo de Seguridad, no son vinculantes. No es que las autoridades israelíes tengan por costumbre hacer caso de lo que vota el Consejo de Seguridad, pero se entiende fácil que, si desdeñan lo que tiene categoría de vinculante, lo que no la tiene les deja más anchas que largas. Doblemente en este caso, puesto que la misma resolución votada ayer por la Asamblea General había sido previamente rechazada en el Consejo de Seguridad en virtud del veto de los Estados Unidos, que alegó que era «parcial» y respondía a «intereses políticos».
El representante israelí en la ONU achacó la decisión a que «durante décadas Israel ha sido un blanco de la Asamblea General». Como si se tratara de una especie de extraña manía arbitraria o de fijación patológica sufrida por la inmensa mayoría de los países del mundo entero.
El embajador de Israel calificó la reunión de la Asamblea General de «mascarada». En esto no puedo por menos que estar de acuerdo con él, sólo que por muy diferentes motivos. Llevar el asunto a la Asamblea General, sabiendo que ha sido rechazado por el Consejo de Seguridad, no pasa de ser un intento ridículo de salvar la cara a un organismo cuya inutilidad para casos como éste es manifiesta. Que un solo Estado pueda imponer su voluntad por la vía del veto, reduciendo a la impotencia al resto del mundo, retrata muy bien la realidad internacional que padecemos.
No menos grotesco es que los medios occidentales –los españoles entre ellos– den la noticia de la condena de la Asamblea General como si sirviera para algo.