El presidente del PP, Mariano Rajoy, ha declarado que «tiene el convencimiento» de que el Gobierno está ya negociando con ETA. Respalda su afirmación citando algunas declaraciones de Rodríguez Zapatero que él toma como indicios. No lo son, o por lo menos no necesariamente: si el Gobierno mantuviera conversaciones secretas con ETA, digo yo que no jugaría a insinuarlo en los medios de comunicación. Esas cosas, o se cuentan con todas las de la ley o ni se mencionan.
Lo que Zapatero dice y repite –con mucha frecuencia, puede que excesiva– es que él ve «condiciones favorables» para encarar el fin de la violencia de ETA. Pero la percepción de esas condiciones no tiene por qué provenir de ninguna oferta concreta que ETA le haya hecho llegar en el curso de una negociación secreta. Puede provenir de la constatación de lo que todos los vascos venimos viendo desde hace ya tiempo, pero muy especialmente tras la masacre del 11-M en Madrid: que la izquierda abertzale, casi en bloque, cifra ya lo esencial de sus expectativas en lo que puede depararle la acción política pacífica y que, en lógica correspondencia, no espera ya nada extraordinario del recurso a la violencia armada. Es muy posible que el Gobierno tenga datos suplementarios que refuercen ese diagnóstico, porque siempre hay vías de comunicación no oficiales, conductos paralelos y encuentros discretos entre intermediarios que no actúan formalmente como tales, que permiten al Gobierno y a ETA «tomarse la temperatura» mutuamente con mayor precisión. Pero nada de eso puede presentarse como una negociación efectiva. Entre otras cosas, porque las «tomas de temperatura» de ese estilo las han realizado todos los Gobiernos españoles, sin excepción. Incluido el de Aznar. Y Rajoy, como ministro del Interior que fue, lo sabe de sobra.
El «optimismo antropológico» de Zapatero es compartido en Euskadi por la mayor parte de los dirigentes políticos, que también se dicen convencidos de que «esta vez va en serio». Incluso los jefes del PP vasco comparten ese criterio, aunque lo nieguen en público, porque eso les obligaría a reconocer que no les interesa la desaparición de ETA, que es la razón de ser de toda su política. En esta ocasión, hasta la propia dirección de Batasuna (HB, EH o como se quiera) alimenta públicamente esa esperanza, aunque sin asignarle un plazo fijo.
Yo no pongo en duda nada de eso, y hasta doy por supuesto que estarán ya funcionando a tope todas las vías subterráneas de contacto (aunque nada me haga compartir el convencimiento de Rajoy sobre la existencia de una mesa de negociación Gobierno-ETA). Ahora bien, pienso que: 1º) Una cosa es lo que sienta y desee la mayor parte de la izquierda abertzale y otra que ETA esté dispuesta a desaparecer del mapa; y 2º) Incluso en el caso de que la izquierda abertzale llegara a convencer a ETA de que debe disolverse, nada certifica que esa decisión fuera unánime, es decir, nada garantizaría que no pudiera surgir una «ETA auténtica» que volviera a las armas con renovada ferocidad. ¿Como en Irlanda? No: peor. Porque en el Reino Unido el principal partido de la oposición no estaba deseando que eso ocurriera para sembrar el desánimo en la sociedad y achacar al Gobierno la responsabilidad del regreso a las andadas.
Ya sé lo que pensará más de uno que me conozca: «Ya está Ortiz con una de sus advertencias favoritas de agorero: “Cuando veas una luz al fondo del túnel, ponte en guardia, que puede ser un tren que viene de frente”». Y tiene razón. En ambas cosas: eso es lo que creo, y lo creo porque puede suceder.