Me encuentro en una extraña situación de dificultad opinante. Ayer la atribuí –y con razón– al calor asfixiante, que no me dejó pegar ojo en casi toda la noche y bloqueó definitivamente mis entendederas. Esta noche, en cambio, me he cobrado venganza y, mediante un ingenioso cambio en la colocación de la cama del hotel para situarla frente a la salida del aire acondicionado, he dormido… diez horas seguidas. Pero ése me parece que no es el único problema. Hay más. Está el asunto de las consecuencias más trágicas del calorazo, que hacen que los informativos estén repletos de noticias de incendios, que si bien son tremendos en las dos principales islas del archipiélago, no resultan demasiado propicias para el comentario cuando uno en un ignorante en la materia, como yo (salvo la del incendio provocado por un contratado del servicio de anti-incendios despechado porque se le terminaba el contrato: pero en ésa el comentario es tan obvio que no vale la pena ni hacerlo).
Dándole vueltas, me he dado cuenta de que soy víctima de algo que puede parecer muy tonto, pero que no lo está siendo en mi caso. Me refiero a la diferencia horaria entre Canarias y la península. Animal de costumbres (muy animal y muy de costumbres), tengo una especie de reloj periodístico asimilado, que hace que siga las noticias de las radios de manera instintiva a las horas clave. Pero las horas clave de Tenerife no son las de mi reloj interno, lo que hace que me esté perdiendo sin parar todos los informativos principales de las radios con sede principal en Madrid, y hasta en Euskadi, a las que podría acceder por internet (aunque para eso tendría que estar en la habitación del hotel, en la que no paso demasiado tiempo).
Así que repaso mi cuaderno de notas y es desolador: “Muerte de Bergman”, “Muerte de Antonioni”. Para decir que ninguno de los dos es santo de mi devoción, aunque en mis años mozos fui adorador del cine de Antonioni, para mí que por puro papanatismo juvenil… pues, vaya, tampoco es que sea gran cosa.
Lo más interesante que podría contaros es que ayer celebramos la primera sesión de las jornadas que he venido a coordinar. Ya he contado que responden a una idea curiosa, consistente en juntar a una persona del mundo artístico y otra perteneciente al universo del deporte y suscitar una conversación entre ellas. Ayer fue el turno de Angel Cappa y Óscar Ladoire, y debo deciros que el diálogo resultó no sólo entretenidísimo (ambos son conversadores de primera y de un nivel cultural poco común), sino además lleno de reflexiones que, sin darse aires de nada, darían para más de un ensayo. Me resultó particularmente estimulante un diálogo sobre el deporte y los patriotismos (o los sectarismos), sean de Patria “grande” o de club. Pero no puedo dar cuenta de todo ello aquí, por obvias razones de espacio. Sólo puedo deciros que os habría encantado estar. La hora y media se nos pasó volando.
La única pena es que no hubo demasiado público. Pero de eso la culpa es mía, porque fui yo quien planteó que las jornadas se realizaran en estas fechas, por razones mías de calendario.
Dicho lo cual, y a esta hora escandalosamente tardía para vosotros –una hora menos para mí–, voy a ver si hago algo de caso a mi gente y nos vamos a dar un chapuzón, que falta nos hace.