Por dos veces repitió ayer la vicepresidenta del Gobierno ante los medios de comunicación que la promesa hecha la víspera por su jefe, José Luis Rodríguez Zapatero, de «respetar las decisiones que adopten libremente los ciudadanos vascos» debe entenderse dentro de los límites marcados por la legalidad vigente y, muy especialmente, por la Constitución de 1978. Siendo así –insistí en ello en mi Apunte de ayer–, carece de fundamento la pretensión de que el presidente del Gobierno español «vino a reconocer implícitamente» el derecho de autodeterminación del pueblo vasco.
Quienes tienen hilo directo con la Moncloa explican así lo que, según ellos, alberga Zapatero en su cabeza: dicen que el presidente del Gobierno va a favorecer la formación de una mesa de partidos legales que se encargue de idear un nuevo Estatuto de Autonomía vasco que, una vez elaborado y aprobado por el Parlamento de Vitoria, siga los mismos trámites por los que acaba de pasar el nuevo Estatut catalán. Es en eso en lo que está pensando cuando habla de «las decisiones que adopten libremente los ciudadanos vascos».
Igual promesa hizo a los catalanes; no lo olvida. Pero considera que no volverá a tropezar con la misma piedra porque da por hecho (a) que no se aprobará ningún proyecto de nuevo Estatuto que carezca del aval del Partido Socialista de Euskadi y (b) que el PSE no dará su aprobación a un texto que desborde los límites impuestos por la Constitución. Por decirlo claramente: espera que el proyecto llegue a Madrid ya previamente cepillado.
He dicho más arriba que Zapatero está pensando en una mesa de partidos legales. Por supuesto que sabe que o en esa plataforma está presente Batasuna o no valdrá para gran cosa. Cifra sus esperanzas en que la organización de la izquierda abertzale se avenga a pasar por el aro de la Ley de Partidos.
Llegado de este punto, hay una pregunta que cae por su propio peso: quienes están celebrando con tanto alborozo lo dicho por Zapatero como un reconocimiento «implícito» del derecho de autodeterminación ¿no son conscientes de que lo que el presidente del Gobierno español tiene in mente es lo que acabo de describir más arriba, y nada más? ¿Que ni por un momento se le ocurrido la posibilidad de reconocer al pueblo vasco su derecho a la libre determinación? Como me consta que no son tontos y que oyen y leen tan bien como yo (o mejor), he de deducir que han emprendido una operación táctica «envolvente»: se han apoderado de la frase de Zapatero sobre el respeto a «las decisiones que adopten libremente los ciudadanos vascos», tomándola aislada de su contexto y fingiendo que no reparan en los límites que él mismo le ha marcado, para que la opinión pública vasca la asuma como tal y haga muy difícil una interpretación diferente.
Es la misma táctica que, por el lado contrario, ha empezado también a aplicar el PP, que también hace como si no hubiera oído de labios de Zapatero nada sobre la legalidad vigente y la Constitución y como si la afirmación sobre «respetar las decisiones...», etc., fuera un absoluto (tan catastrófico, en su versión, como gozoso, en el caso de los partidos vascos autodeterministas).
Unos y otros se han apoyado en la tendencia de Zapatero a vestir de seda las monas que va sacando a hacer sus gracias sobre el escenario de la política española.
Admito que siento una desconfianza instintiva por las astucias que se basan en fingir que las cosas son como no son y que los demás quieren lo que no quieren. De modo que miro con bastante prevención esta especie de farsa que está empezando a representarse.
Nota de edición: Javier publicó una columna de parecido título en El Mundo: El guion de la farsa.