Muchos recordarán la humorada aquella de Gila en la que un personaje mascullaba en tono enigmático, mirando al infinito: «Alguien va a matar a alguien». ETA se pasó buena parte de la tregua que ella misma había calificado de «permanente» dando publicidad a largos y tediosos comunicados en los que lo único que quedaba claro era su difuso e involuntario homenaje a Gila. No paraba de insinuar entre líneas: «Como no se haga lo que yo digo, alguien va a matar a alguien». Por eso algunos criticamos a los que, confundiendo su deseo con la realidad, sostenían que la tregua era «irreversible».
También predominó el estilo inconcreto y vaporoso en varios de los encuentros que la dirección de Batasuna mantuvo ayer con la prensa. Pernando Barrena –cuyo nombre de pila pone de los nervios a ciertos medios de comunicación españoles, que no entienden que los idiomas tienen esas cosas, y que también Jean se parece mucho a Juan, pero es Jean, y qué se le va a hacer– afirmó, según recogen hoy todos los diarios (*), que la tregua de ETA vino precedida de diversos compromisos «firmados», que luego no fueron respetados. ¿Qué compromisos fueron ésos, qué cláusulas incluían y quiénes y cuándo los firmaron? De nada de eso dijo nada.
Lo cual es políticamente inaceptable. Es intolerable que un responsable político lance acusaciones de ese calibre y no concrete ni de quién ni de qué está hablado. Menos cuando sabe que una imputación tan grave no puede dejar de volverse contra Rodríguez Zapatero, reduciendo aún más su margen de actuación.
Y todavía menos
cuando la liga al atentado de la T-4. De hecho, dijo que lo ocurrido en
Madrid el pasado 30 de diciembre «ha sido interpretado como una respuesta» al
incumplimiento de esos acuerdos. ¿«Ha sido interpretado?» ¿Por quién? ¿Bien o
mal interpretado? En contra de eso, somos muchos los que «interpretamos» que la responsabilidad del atentado recae pura y exclusivamente sobre quienes lo decidieron y lo ejecutaron.
Batasuna se ha especializado en un lenguaje indirecto, fabricado a base de frases hechas que parecen decir algo, pero no dicen nada, o por lo menos nada mínimamente riguroso. Ayer volví a oír hablar de la necesidad de dejarse de «estériles debates sobre la violencia». Me dejan de piedra. Es de puro sentido común que un debate sobre la violencia se vuelve estéril sólo cuando no hay violencia. Mientras la haya, no tendrá nada de estéril, por lo menos para quienes la sufran. Otra cosa es que haya quien no quiere hablar sobre ello, porque no le conviene, porque no sabe qué decir o porque no quiere admitir su impotencia.
Otra ambigüedad típica: hablan en general del «acoso contra la izquierda abertzale», como si se tratara de un todo monolítico, sin entrar en ninguna distinción. Pero, a efectos políticos, una cosa es que el aparato del Estado acose a quienes han empuñado las armas –o, a otro nivel, los cócteles molotov– contra la legalidad vigente y otra, muy distinta, que persiga opciones políticas, sociales o de opinión que se expresan pacíficamente. ¿No quedamos en que hacían falta «dos mesas»? ¿Por qué se empeñan en mezclar los temarios de la una y la otra?
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(*) Salvo Gara, si no lo he leído mal.