En uno de sus mejores discos, muy injustamente menospreciado (me refiero al llamado Hearts and Bones, que apareció en 1983), Paul Simon incluyó una canción de aire festivo, aunque de fondo terriblemente depresivo, titulada Allergies, en la que se apoyaba en lo extraño y aparentemente arbitrario que tienen los fenómenos alérgicos para hablar de la dificultad que le entrañaba en aquel momento soportar bastantes cosas de la vida (entre ellas su mujer). La canción incluía un solo de guitarra tirando a enloquecido de Al Di Meola...
Pero –maldita sea mi tendencia a
enrollarme– yo no quería hablar hoy de ese disco, y menos todavía de los
problemas matrimoniales de Paul Simon, sino de mis alergias, que, como las que
él describe en la canción, son tirando a extrañas.
Las mías casi nunca han tenido nada que ver ni con el polvo ni con el polen, y sí, y mucho, con la política. Padezco una tendencia creciente a no soportar muchas de las cosas –y de los cosos– que repletan nuestra actualidad diaria, tal como aparece reflejada en los periódicos y boletines informativos.
No voy a decir que no soporto a Ángel Acebes. Eso es una vulgaridad. Le pasa a cientos de miles de personas. Su habla entrecortada, semiasmática, y su capacidad para delirar a cualquier hora del día y de la noche provocan incontenibles reacciones de irritación en muy amplios sectores sociales. Es muy frecuente que algunos personajes públicos generen reacciones alérgicas con sintomatología incluso física. ¿Cómo no citar destacadamente también a Pepiño Blanco, que parece estar en política, como la chica del chiste, nada más que «pa cagal.la»? No vale la pena detenerse en ese fenómeno. Es hasta normal.
Lo que me tiene más preocupado es la capacidad alérgica que estoy encontrando a cada vez más términos, expresiones, tics y latiguillos de los políticos. Son frases hechas que sueltan y que, visto y no visto, me ponen mal cuerpo, hasta volvérseme insufribles.
Me empezó hace ya algunos años, pero aisladamente, con la bobada aquella de «la violencia, venga de donde venga». Todo el mundo, de repente, como se recordará, decidió que estaba en contra de «la violencia, venga de donde venga». «Pero, ¿habrán pensado estos memos en lo que dicen?», me preguntaba yo a mí mismo cada vez que les oía. Porque es que nadie, absolutamente nadie, por mucho que lo diga, está en contra de «la violencia, venga de donde venga». «Y si ese mameluco va por la calle y un tipo le asalta para robarle, ¿se opondrá a que otro lo impida por la brava?», me decía. Ni siquiera mis amigos anarquistas, que odian al Estado como forma suprema de organización de la violencia, se oponen a toda violencia. Ni mucho menos.
La moda de las declaraciones rutinarias y carentes de sentido crece y se expande de manera incontenible. Los politicastros se intercambian sus tópicos sin discriminación. Tanto da que sean de derechas como de izquierdas, centralistas o separatistas. ¿Habéis reparado en alguno que no hable ahora mismo sin parar de «escenarios»? Desde Otegi a Acebes, pasando por Bono, todos quieren «propiciar un escenario» de algo. ¡Y luego dirán que el teatro está en crisis!
El fin de semana pasado se superaron a sí mismos. Oí un informativo de la radio en el que el locutor se pasó ¡20 minutos! haciendo la relación de políticos que habían declarado, a propósito del último comunicado de ETA –que también era una joya de la literatura universal, dicho sea de paso–, exactamente lo mismo: «El único comunicado de ETA que quiero oír es el que anuncie su abandono de las armas». ¡Dijeron eso mismo, con esas mismas palabras, todos, todos sin excepción! ¡Y todos tuvieron su oportunidad de decírselo a todos los medios, y todos los medios lo recogieron!
¿Seguro que ése es el único comunicado de ETA que tendrían interés en oír, leer o lo que sea? ¿Seguro que a ninguno de ellos le interesaría un comunicado de ETA en el que dijera en qué sitios guarda las armas, por ejemplo? O, cambiando de tema: ¿seguro que ninguno de ellos querría oír un comunicado de ETA en el que la organización revolucionaria vasca de liberación nacional (y social, ya de paso, si se puede, digo yo) entrara en la polémica suscitada por Néstor Basterretxea, que sostiene que Eduardo Chillida era un fascista? ¡Coño, pues tendría bastante más interés que sus peroratas sobre la creación de «un escenario de paz»!
Supongo que ya vais dándoos cuenta de cómo me pongo con estas cosas, y hasta qué punto me sulfuran, incluso a estas horas de la mañana.
Son reacciones alérgicas. Tengo que consultarlo con mi médico, a ver si puede propiciar en mi cuerpo un escenario de tranquilidad.