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2007/08/29 03:00:00 GMT+2

Umbral

Nunca congenié con Umbral, del que fui teórico jefe durante más de diez años, cuando me tocó ejercer de responsable de Opinión de El Mundo. Digo «teórico» con todas las de la ley, porque Umbral, salvo casos muy excepcionales, trataba directamente con el director del periódico. De lo único que tenía que preocuparme yo era de que sus columnas llegaran a la hora debida. Y de eso podía despreocuparme. Umbral (él nacido Francisco Pérez Martínez), más allá de su aspecto caótico y bohemio, era un columnista cumplidor, que sabía que a tal hora tenía que entregar su escrito, y no fallaba. Que yo recuerde, en todo mi largo periodo de jefe de Opinión de El Mundo sólo dejó de enviarnos su columna en dos o tres ocasiones, por enfermedad, y siempre fuimos avisados con tiempo suficiente como para salir del paso sin angustias, cosa que no podría decir de unos cuantos otros que, por suerte o por desgracia –es opinable–, siguen escribiendo.

Habré de reconocer en honor a la verdad que Umbral tenía un modo involuntario de semi fallar. Hablo de las ocasiones, realmente excepcionales, en las que España, su mujer, no estaba en condiciones de corregir sus originales y él nos enviaba directamente, por fax, lo salido de su Olivetti. Constatábamos entonces el trabajo discreto pero clave de España, encargada a diario de la labor de peinar su desaliño ortográfico.

Nunca me interesó su labor como novelista, pero eso tampoco quiere decir nada, porque uno de mis muchos defectos es que no consigo que me interese la novela, como género (me pasa lo mismo con el teatro: es mi culpa). En cambio, en tanto que columnista consiguió admirarme, no por las opiniones que vertía, a menudo superficiales –él me reconoció que la gran mayoría de los asuntos sobre los que escribía a diario le importaban un pijo–, sino por su habilidad para convertirlos en una prosa ágil, agraciada, llena de referencias literarias inconfesas (citaba cien mil veces sin citar), con un poderoso ritmo interno. Era ingenioso. Y receptivo como una esponja: asimilaba las habilidades de muchos de los escritores a los que leía, poniéndolas a su servicio.

Alguna vez hablé de «la máquina de hacer Umbral». Él se aproximaba a un tema, retenía unos cuantos elementos de información, los metía en su «máquina de hacer Umbral»… y sacaba una columna técnicamente brillante, impecable. Aunque la opinión que defendiera no valiera para nada, y además se la sudara.

Significa eso que tenía un estilo propio, cosa que se puede decir de muy pocos columnistas.

Lo que me ponía más nervioso de él era los codazos que era capaz de dar en los cócteles para llegar antes que cualquiera al plato en el que el camarero llevaba las croquetas de jamón. La primera vez que lo vi lanzado sin el menor pudor en una situación de ésas, dando empellones a diestro y siniestro, me di cuenta de nuestra incompatibilidad estética e ideológica. Yo siempre me he esforzado por comportarme en los cócteles como si las croquetas de jamón me dieran igual.

Escrito por: ortiz.2007/08/29 03:00:00 GMT+2
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