COMANDO DIXÁN.– Al final, la Audiencia Nacional no ha tenido más remedio que reconocer que era broma, pero acertada, llamar «Comando Dixán» a los seis salafistas detenidos en Barcelona en enero de 2003. Uno de ellos, incluso, ha quedado libre sin cargos (eso sí, cuatro años después).
Quienquiera que se tome el
trabajo de leer lo que escribí por entonces verá que señalé que los elementos químicos que les habían
incautado podían servir para fabricar napal… o para fregar. Recordé que los cócteles molotov que fabricaban los
estudiantes levantiscos de los años 60 –nada que ver conmigo, que he sido
pacifista desde bebé– añadían, a la tradicional gasolina, ácido sulfúrico y
detergente, porque eso potencia la capacidad incendiaria del artefacto y se
consigue que el líquido inflamado se pegue y penetre por los resquicios del
objetivo alcanzado. Se convierte, por decirlo abreviadamente, en napalm.
Dice la Audiencia Nacional que eso es muy complicado y exige amplios conocimientos de química. Y un cuerno. El FBI tenía razón cuando informó que con lo que los islamistas de Barcelona tenían en su casa se podía fabricar napalm. Lo que no dijo es que se trata de productos que hay en muchísimos hogares, donde se utilizan para limpiar. Es como si te encuentran en posesión de pastillas de cloruro potásico y de azufre. Si los mezclas, haces una especie de pólvora. Si no, lo mismo los usas para lo que están en el mercado.
¿Que, aparte de eso, habían formado una célula de pretensiones terroristas? No lo sé. La Audiencia Nacional dice que sí, pero ¡dice tantas cosas la Audiencia Nacional! Ayer mismo vimos que condenó a un ciudadano por tráfico de cocaína y que el Tribunal Supremo –José Antonio Martín Pallín fue el redactor de la sentencia– lo ha declarado inocente y le ha concedido la libertad sin cargos. Lo definitivo no es de qué acusa la Audiencia Nacional, sino de qué ni siquiera ella se anima a acusar.
OLEGUER.– Recuerdo, aunque sin demasiada precisión, que hace años –algo así como diez– los futbolistas del Real Madrid decidieron no hacer declaraciones a la prensa. Se habían enfadado por cualquier chorrada de las de ellos. Cuando se lo comentaron al director del medio para el que yo trabajaba por entonces, se echó a reír y dijo: «¡Eso que salimos ganando! ¡Para las tonterías que suelen decir!»
Oí la otra noche un programa radiofónico deportivo en el que se pasaron más de media hora hablando de las declaraciones del defensa del F.C. Barcelona Oleguer Presas. Era un programa realizado en la central de la cadena, en Madrid. La animosidad contra el futbolista era llamativa. Uno de los intervinientes repetía sin parar: «Pero, ¿y quién es Oleguer? ¿Y a quién le importa lo que piense?» Cada vez que lo decía, yo le respondía mentalmente: «Pues es un señor del que venís ocupándoos desde hace un montón de rato. Y se ve que lo que dice le importa a bastante gente, empezando por vosotros mismos».
Oleguer es un gran futbolista. Y es también un ciudadano que cuenta con un buen nivel cultural, que está informado y que tiene opiniones propias. Opiniones que –dicho sea de paso, aunque eso dé lo mismo, a estos efectos– comparto. Kelme le ha retirado el patrocinio porque no quiere subvencionar a deportistas que expresen opiniones críticas con el orden constituido. Es muy libre de hacerlo. Como los ciudadanos que discrepen son muy libres de no volver a comprar ningún producto de la marca Kelme, como prometo hacer yo.
El presidente del Barça, Joan Laporta, ha criticado a Oleguer por haber hecho declaraciones políticas dentro del recinto del club. No ha criticado nunca las expresiones de nacionalismo catalán realizadas por el público del Camp Nou. ¿Piensa tal vez que no son políticas? ¿No será que se ha buscado una excusa para distanciarse de Oleguer precisamente por razones políticas?
Otro futbolista, Salva Ballesta, realizó hace unos cuantos años unas declaraciones de signo inequívocamente ultraderechista en las que, entre otras cosas, se declaró dispuesto a acudir a combatir en Irak a favor del trío de las Azores. Hizo gala de su militarismo, de su odio por la izquierda y de su nacional-catolicismo. Todos los cronistas deportivos se lo tomaron como una ocurrencia a la que no valía la pena dar mayor importancia. Naturalmente, a nadie se le ocurrió quitarle ningún patrocinio. Tampoco a los fabricantes de las botas en las que él se hace poner la bandera del Reino de España con las intenciones que no hace falta ser Sherlock Holmes para deducir.
Así están las cosas, y así se las contamos.
AZNAR, ZOQUETE.– Incluso para salirse por peteneras se requiere cierta habilidad. Las excusas que dio el otro día José María Aznar para justificar la posición que adoptó con respecto a las supuestas armas de supuesta destrucción masiva que supuestamente almacenaba Sadam Hussein fueron tan bobaliconas y tan mal traídas que hasta los periodistas más torpes del país han sabido ponerlo en evidencia. ¿Que nadie sabía? Claro que no. Yo mismo, por ejemplo, no sólo no sabía entonces si Sadam Hussein tenía armas de ese tipo, sino que ni siquiera sé ahora mismo si José María Aznar tiene escondida en su casa una bomba atómica. Pero, como no lo sé, no lo afirmo. El quid de la cuestión está en que él aseguró que sí lo sabía. Está registrado lo que dijo en una entrevista televisiva: «Puede estar usted seguro y pueden estar seguras todas las personas que nos ven que les estoy diciendo la verdad. El régimen iraquí tiene armas de destrucción masiva.»
Lo peor es que estoy seguro de que, cuando dijo eso, estaba convencido de que decía la verdad. Porque era lo que le habían asegurado George Bush y Colin Powell, y él, que es un papanatas, se tomaba lo que salía de los labios de esa gente cual verdad revelada. Les creía a pie juntillas.
No les costó nada convertirlo en incondicional. Porque, como casi todos los señores de segunda, Aznar tiene alma de siervo.