Bueno, parece que al final ayer me las arreglé bastante bien para demostrar que no mentía cuando dije que no veo los programas de más éxito de la televisión. De los dos que cité, parece que uno (Salsa rosa) ya ni siquiera se emite. Del otro (Aquí hay tomate) un lector que parece experto me cuenta que, si bien puede decirse que participa de muchos de los vicios de las emisiones más chabacanas y vocingleras, tiene un punto de irreverencia y espíritu crítico, que es el que pudo animar a sus responsables a meter el dedo en el ojo del estabishment a cuenta de la portada de El Jueves.
Hay un aspecto en esto último que sí resulta digno de destacar, por lo que puede tener de significativo. Me refiero al hecho de que bastantes medios de amplia difusión, incluidas algunas televisiones, acogieran muchas y muy severas críticas a la decisión del juez Del Olmo, y que algunos optaran incluso por boicotearla en la práctica reproduciendo la portada supuestamente prohibida, no considerándose afectados por la orden judicial.
No se trata de echar ninguna campana al vuelo, pero sí de apuntar que parece estar perdiendo fuerza el bochornoso mimo con el que la prensa española ha venido tratando desde la Transición a la Monarquía juancarlista y a todos sus integrantes, lo que se ha manifestado de dos modos complementarios: la exageración ditirámbica de sus presuntas virtudes y el no escrito pero evidente pacto de silencio del que se han beneficiado sus abusos y sus pifias. ¿Está cambiando esa actitud, patética en tantas ocasiones?
Puede que algo, en efecto, pero tampoco tanto, a juzgar por la naturalidad con la que los grandes medios han acogido que el Rey, recalcitrante en estas prácticas, haya recibido de una empresa privada y a modo de dádiva otro barco más, considerado el top entre los de su clase. Aceptar presentes de este género –y de este precio: el nuevo Bribón puede haber costado por encima del millón de euros– tal vez no constituya delito en España, donde «la persona del Rey es inviolable y no está sujeta a responsabilidad» (art. 56.3 de la Constitución), pero debería ser, al menos, materia de comentario, si es que no de franco escándalo.
Así que, si es que hay cambio en esta historia, se toma su tiempo, desde luego. Quizá por el aquel de que «las cosas de Palacio van despacio».
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Y ya que hablo de ditirambos: impresionante el despliegue puesto en marcha en loor y gloria del recién difunto Jesús Polanco. Supongo que en cosa de nada alguien pedirá su canonización.
Tengo muy presente lo que me sucedió cuando comenté en 1994 en El Mundo la muerte del tenista Vitas Gerulaitis, al que puse de vuelta y media por su machismo ridículo y recalcitrante (*), y los chorreos que me llevé, con Jiménez Losantos como portaestandarte, cuando escribí en ese mismo periódico un editorial valorando la dimensión social de la figura de Lola Flores tras su fallecimiento (un texto respetuoso con la persona y sus dotes, pero severo con el papel que representó y con la época de la que fue faraona). En ambos casos pude comprobar que en España –y en muchas otras latitudes, seguramente– está horriblemente visto que digas de una persona muerta lo mismo que decías de ella en vida.
Aprendida la lección, remitiré en este caso a lo que escribí sobre Jesús Polanco cuando estaba en vida, y eso que me ahorro.
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Tercer y último apunte de hoy. Y el más sentido.
Acaba de morir un viejo amigo de Andoain, compañero de las fatigas antifranquistas de los años sesenta. Lo conocí siempre por Gaspar, aunque luego me enteré de que se llamaba Javier Zubillaga. Formaba parte de un grupo de ETA-Berri (EMK, con el paso del tiempo) en el que militaban varias chicas, tan echadas para adelante como listas y festivas, y otros dos mozos más (a los que, en un rapto de originalidad, bauticé como Melchor y Baltasar). Uno andaba por entonces en la mili, creo recordar.
Con Gaspar tuve durante un par de años bastante trato, y muy amistoso: transmitía una corriente de franca solidaridad, de seriedad y de espíritu concienzudo que, por lo menos a mí, me llegaba al alma. Pero nunca nos contamos nada sobre nosotros: ni cómo nos llamábamos, ni a qué nos dedicábamos, ni si teníamos familia… Estábamos en la clandestinidad, y todo eso había que ocultarlo, por si cualquier día te encontrabas delante de la Policía política del franquismo. Cuanto menos supieras, menos podías contar.
Luego yo emprendí la huida al exilio francés, y ya no supe nada más de él.
Supongo que es muy difícil, si no imposible, explicar a las jóvenes generaciones, por majas que sean, la clase de vínculos afectivos que pueden establecerse entre personas que tienen entre manos una causa común y que se entregan mutuamente para llevarla adelante, pero que, precisamente por necesidades de la propia causa, no pueden entrar en intimidades.
Nos perdimos de vista en 1969 y, desde entonces, nos hemos tenido presentes, pero en la lejanía. De vez en cuando me llegaba alguna noticia suya. De vez en cuando, supongo, a él alguna mía.
Hace unos meses, un amigo suyo de Andoain, Joxe Camino, más joven que nosotros, me hizo saber que tenía un cáncer galopante. Me pidió que le mandara unas letras de ánimo. Lo hice, claro. No sé por qué, me quedé con la idea de que iba a recuperarse, y que podríamos encontrarnos, y tomarnos unos vinos, y hablar de Sole, y de Opi, y de Juan Martín… Y de todos, y de todo. Y reírnos de esta mierda de vida.
Al final no nos va a quedar sino llorar esta mierda de muerte.
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(*) Gerulaitis había dedicado buena parte de sus últimos años a demostrar que las mujeres (tenistas) nunca podrían alcanzar la altura de los hombres (tenistas). Y desafiaba a Martina Navratilova, y a la otra, y a la de más allá, sin entender que jugar más fuerte no tiene por qué significar jugar más alto. En aquella época, en particular, el tenis femenino resultaba, en mi opinión, mucho más divertido y espectacular que el masculino, que se había convertido en una competición para determinar quién era capaz de sacar con más fuerza (y empleando más tiempo en ello). El machismo militante de Gerulaitis me llevó a escribir una columna necrológica que empezaba diciendo, si no recuerdo mal: «Ayer murió Vitas Gerulaitis. Era un gilipollas.»