He leído en rebelion.org un comunicado («Apoyo a la Comisión Parlamentaria por su decisión de no regular la prostitución como trabajo») que suscribe un colectivo, de cuya existencia no tenía conocimiento, llamado Hombres por la Abolición de la Prostitución.
Doy por sobreentendido que Rebelión tiene todo el derecho del mundo a reproducir cuantos textos le resulten de interés, pero tampoco tengo por qué ocultar que, en este caso, no veo por ningún lado ese interés.
Antes al contrario.
Sintetizaré al máximo mis puntos de vista para no alargarme demasiado. Porque el comunicado no es gran cosa, pero el asunto sí que tiene su enjundia.
Primer extremo que considero que conviene poner de relieve, porque quizá no sea de conocimiento general: si los criterios que apoya ese colectivo han logrado ser mayoritarios en la Comisión Parlamentaria de referencia, ha sido gracias al respaldo que les han prestado tanto el PSOE como el Partido Popular.
Contaron con el voto contrario de Izquierda Unida.
Ya sé que no tiene nada de definitivo que una causa sea asumida por el PP y rechazada por IU, pero una cierta pista quizá sí proporcione.
Segundo: se entiende mal que una agrupación partidaria de abolir la prostitución –así, por la brava– apoye unas conclusiones que no pretenden en absoluto abolir la prostitución, sino tan sólo impedir que se someta a la legislación laboral común. Porque lo que el colectivo PSOE-PP pretende es que la práctica de la prostitución siga siendo legal (o no-ilegal, para ser más exactos), pero quede exenta de las normas contractuales, de seguridad social e impositivas que se exigen en cualquier otro tipo de relación de compra-venta de servicios.
Dicho sea sin tapujos: lo que defienden de hecho, aunque no lo admitan, es que la prostitución siga funcionando como trabajo negro.
Tercero: me cuesta tomarme en serio el argumento, que el colectivo del comunicado reitera hasta la saciedad, según el cual no hay que regular la prostitución porque es una forma de explotación. Eso es tanto como defender que la ley no debe embridar la explotación. ¿Habrán descubierto la conveniencia de prohibir el capitalismo por decreto? No hace falta ser Einstein para saber lo que eso significa en la práctica: permitir que los explotadores hagan lo que les venga en gana.
Cuarto: hay gente muy experta y muy conocedora de la materia que afirma que el único modo de combatir y reprimir la prostitución forzada es separarla tajantemente de la prostitución voluntaria. Así se hace constar en el Informe que la Unidad Técnica de la Policía Judicial española elaboró a este respecto en 2004 (un informe que el PSOE y el PP han hecho como si no existiera, porque no saben cómo negar sus conclusiones).
Quinto: no sobra recordar que España ya ha contado con una muy solemne ley abolicionista. La dictaron las Cortes del franquismo en 1956. Por cierto que su preámbulo ya hacía mención de «la dignidad de las mujeres».
Sexto (como el mandamiento): todo el comunicado del colectivo en cuestión se basa en el sobreentendido paternalista de que, si alguien ejerce la prostitución porque quiere, es lisa y llanamente porque no sabe lo que quiere. Sin embargo, hay asociaciones de trabajadoras y trabajadores del sexo que defienden, y no veo cómo negarles la razón que les asiste, que trabajan en eso porque les aporta ingresos bastante sustanciales y no consideran que la venta de su fuerza de trabajo sexual sea más bochornosa que la venta, o el alquiler, de cualesquiera otras potencialidades de su persona.
Una prostituta me dijo hace muchos años algo que jamás he olvidado, porque apuntó con mucho tino a la diana. Me preguntó: «Tú eres editorialista de un periódico, ¿no? Vale, eso quiere decir que, cuando escribes, debes ponerte en cuerpo y alma al servicio de tu patrón. Yo, cuando estoy con un cliente, he de poner mi cuerpo a su servicio en las condiciones que haya convenido con él. Pero sólo mi cuerpo. Mientras trabajo, puedo pensar lo que me venga en gana. Vosotros os prostituís por completo; nosotras, sólo en parte».
Me vino a las mientes una novela italiana que tuvo bastante éxito en los años sesenta. Era obra de un tal Quintavalle. No he vuelto a saber de él. Me parece que no era gran cosa, pero el título se me quedó grabado: «Tutti compromessi». Todos comprometidos.
Sea como sea, echad una ojeada a los argumentos del colectivo Hetaira. Puede que os interesen. A mí me han resultado siempre bastante convincentes.
Javier Ortiz. Apuntes del natural (14 de marzo de 2007).