Lo mismo me he equivocado, y lo lamentaría. No por mí, que asumo lo de fallar de vez en cuando en mis pronósticos como parte del oficio, sino por lo que eso significaría. Estoy hablando –aclaro, por si hace falta– de lo que escribí ayer, vaticinando que el tripartito catalán se mantendrá, porque ninguno de quienes podrían ponerle fin (PSOE, PSC, ERC) está por la labor. Y lo digo por lo que afirmó ayer el secretario de Organización del PSOE, José Blanco: que su partido vería mal que ERC siguiera en el Gobierno de la Generalitat en el caso de que opte por no respaldar el proyecto de Estatut tal como salió de las manos reformadoras de Zapatero y Mas. O sea, que le invitaría a abandonarlo.
No lamentaría que sucediera tal cosa porque considere trascendental para los destinos de la Humanidad que Esquerra esté en el Gobierno de Cataluña, sino porque, si se viera obligada a dejarlo –de lo cual no tiene la menor gana: por descontado–, Maragall debería elegir entre pactar con CiU o convocar nuevas elecciones, cuyo resultado sería el que fuere, pero no valdría en ningún caso para que se repitiera la «coalición de izquierdas» actual.
Asoma de esa guisa el fantasma de una reedición de la alianza Gobierno central-CiU en la Generalitat, sola o acompañada. Lo cual es como para desanimar a cualquiera. De sobra se sabe, por muy reiterada experiencia, que esa alianza es el caldo de cultivo más favorable a toda suerte de enjuagues, chanchullos y componendas sin principios. Y a ninguna evolución positiva.
Cabe la posibilidad, supongo, de que Blanco no haya dicho lo que ha dicho porque el PSOE esté dispuesto a llevar las cosas tan lejos, sino tan sólo con la intención de asustar a ERC para forzarla a sumarse al carro del Estatut aguado. No lo descarto, entre otras cosas porque hace ya mucho que me hice una idea bastante precisa –y bastante resignada– de las luces de la inteligencia y de la sutileza del habla del compañero Blanco.
En tal caso nada sería demasiado grave, y todo tendría remedio. Salvo José Blanco, se entiende.