Prisa acentúa su presión en contra del Gobierno de Rodríguez Zapatero. Me da igual –a los efectos de este Apunte de hoy, quiero decir– si los asuntos que esgrime son más o menos razonables. La cuestión es que los esgrime, y que lo hace en tono llamativamente desabrido.
Está claro, en todo caso, que no son historias de la entidad de las que los medios del grupo Prisa (El País y la Ser, en particular) podrían haber manejado durante la Presidencia de Felipe González, cuando el orden del día de la política española se componía de empresas fraudulentas montadas para la financiación ilegal de su partido, detenidos torturados y luego enterrados en cal viva y partidas presupuestarias ministeriales que se repartían entre los altos cargos para su uso y disfrute particulares. Entonces no sólo no metían esas noticias en portada y a cuatro columnas, sino que, si se ocupaban de ellas, era casi siempre para hablar de los intereses que podían estar sirviendo quienes las aventaban. Resultaban patéticos. Imaginad que alguien se presenta en Comisaría a denunciar que se ha producido un asesinato y la Policía, en vez de investigar si es verdad que ha habido un crimen y quién lo ha cometido, se pone a especular con la posibilidad de que el denunciante esté deseando quedarse con el piso del asesino. Pues más o menos.
Me cuentan que en Prisa confían en que podrán reconducir al final sus relaciones con el Gobierno de Zapatero –es decir, conseguir que Zapatero acepte seguir la línea que le trazan– porque hay elecciones generales a la vuelta de la esquina y el PSOE no puede permitirse acudir a ellas con El País y la Ser segándole la hierba bajo los pies. Es un argumento de peso, sin duda. Pero también cabe volverlo por pasiva: ¿pueden dedicarse El País y la Ser a minar las posiciones de Zapatero, arriesgándose a que pierda las elecciones en parte por su culpa y se queden con el Gobierno los Rajoy, Acebes y Zaplana, con todo su coro de medios afines preparado para disfrutar de la vuelta de la tortilla? Para mí que no. No tengo claro cómo razonan los herederos de Jesús Polanco (que me cuentan que están a la greña, aunque seguro que no es para tanto). Supongo, en todo caso, que no serán tan torpes como para renunciar a lo regular conocido en beneficio de lo pésimo por conocer.
Pero la soberbia a veces juega muy malas pasadas. No voy a apelar al mito de Sansón, al que se le atribuyó haber provocado su propia muerte para acabar de paso con la vida de sus enemigos filisteos, porque los mitos, como los sueños de Segismundo, mitos son, pero sí he visto a gente que, con tal de chinchar a sus adversarios, ha sido muy capaz de hacerse a sí misma la puñeta a base de bien.
Esperemos no estar en vísperas de una versión hispánica e innovadora de La conjura de los necios.