Me telefonea mi buen amigo Gervasio Guzmán. «Oye, Javier, tú que eres tan así», me suelta de entrada. (La verdad es que prefiero no saber qué quiere decir cuando dice que soy «tan así».) Y sigue: «¿Por qué no has escrito nada sobre lo mucho que se habla ahora de “los subsaharianos”?»
Le confieso mi perplejidad. ¿Qué supone él que debería escribir yo sobre «los subsaharianos»? Le digo que ya me he referido con amplitud a la inmigración ilegal, a sus causas, a la realidad de los países de los que proceden, a la herencia del colonialismo y el neocolonialismo...
Me corta con aire impaciente: «¡No, no! ¡No me refiero al fenómeno social, sino al término!»
Me entra la duda.
«¿Te refieres a eso tan políticamente correcto de no llamarlos “negros”?», sugiero.
«No. Bueno, sí, pero no del todo», replica. «¿No fuiste tú uno de los autores del Libro de Estilo de El Mundo? ¿No explicasteis en él que, cuando se trata de aludir a alguien o a algo que está geográficamente al sur, el prefijo correcto es “sur” y no, en ningún caso, “sub”?»
No, se equivoca en eso. Lo que suelen afirmar los libros de estilo de los diarios –y el de El Mundo entre ellos, supongo– es que no debe usarse el prefijo «sud», aunque ya no recuerdo por qué, sino «sur»: suramericano, surafricano, etc.
Pero poco a poco se va haciendo la luz en mis neuroncillas y voy percatándome de la razón del enfado de Gervasio. En efecto, el prefijo «sub» indica inferioridad, sea física o posicional (subsuelo, subíndice, submarino, etc.) o de valoración (subnormal, subdelegado, subalterno, etc.). Aparentemente, no tiene ningún sentido decir que un senegalés, pongamos, es oriundo de un país que está por debajo del Sahara. Está más abajo que el Sahara, que Mauritania, que el estrecho de Gibraltar... ¿Y qué? No se caracteriza por encontrarse debajo de nada, sino, como mucho, más al sur, y tampoco demasiado: bien mirado, el polo antártico es mucho más subsahariano que Senegal. Eso sin contar con que las propias nociones de Norte y Sur son eurocéntricas como ellas solas.
Lo que le molesta a Gervasio es que, con la pretensión cursi de no referirse a los colores de la piel, que existen y pueden ser citados sin ningún ánimo peyorativo, algunos terminan por usar expresiones cogidas por los pelos que, manda narices, sí tienen un deje despectivo.
Alguna vez tenía que ocurrir: en esta ocasión, Gervasio ha acertado.