Los autónomos –me refiero a la categoría laboral, no al anarcosindicalismo– tenemos la ventaja sobre los trabajadores por cuenta ajena de que gozamos de un cierto margen para montárnoslo a nuestro aire, de modo que sufrimos la jornada laboral que elegimos: hoy de 12 horas, mañana de 14, al otro de 16, y así.
No, fuera de bromas: es cierto que los escritores liberales –vuelvo a referirme a la categoría laboral, doctrinas al margen–, si un buen día nos da la pájara y decidimos vacar, podemos permitirnos el lujo. Luego tenemos que recuperar esas horas ociosas sacándolas de donde sea, pero admito que carecer de patrón –y cuidado que yo los he tenido permisivos (conmigo, quiero decir)– tiene su encanto.
La desventaja más llamativa que arrostramos es que, al ser nuestros propios patronos, nos superexplotamos. Y sin derecho de huelga. Ejemplo: que yo recuerde, hace algo así como 15 años que no me he concedido un periodo de vacaciones de verdad, de las de no dar ni golpe.
Da igual que tampoco haya querido cogérmelas. Eso es secundario. Porque las propias vacaciones no son sólo nuestro derecho. También son un derecho de quienes nos aguantan.
Viene esto a cuento (si es que viene a cuento) de que ayer me llegó el programa de un llamado «Foro de intercambio y debate entre personalidades del mundo del deporte y la cultura» que habrá de celebrarse entre los días 30 de julio y 3 de agosto en Santa Cruz de Tenerife con la participación de gente muy principal, alguna amiga mía (caso de José Saramago y Óscar Ladoire) y otra aún no amiga, pero por la que hace tiempo tengo curiosidad (caso de Ángel Cappa y Pello Ruiz Cabestany). Dice el programa que los encuentros serán «moderados por el periodista Javier Ortiz». Veremos si serán moderados o inmoderados, pero agradezco a los y las partícipes su concurso en unas jornadas que, para que todo quede aún más en casa, han sido idea de otro que también es de la familia.
Sé que tanto Saramago como Ladoire van a participar como favor personal, para echarme una mano. Entre nosotros sobran los agradecimientos: siempre que los he necesitado han estado conmigo.
Pero ya veis cómo somos los autónomos y adictos a la farándula. Entre julio y agosto, también seguimos amarrados al duro banco.
Y aún lo mío tiene alguna justificación, porque forma parte de mi modus vivendi. Pero lo de los otros…
Estos días he leído a algunos próximos referirse en
tono crítico a éste, al otro o el de más allá, también próximos. Algunos me han interpelado pidiendo que tome posición ante la idea de Saramago de que Portugal y España se arrejunten de nuevo. O mucho me equivoco o creo que entiendo la propuesta, más poética que política. Creo que podría sellarse con los versos de un poema que cantó maravillosamente Carlos do Carmo: «Cumpliste el ritual: lo sabes todo».
Hay polémicas en las que no quiero ni puedo entrar, porque estoy demasiado implicado sentimentalmente. Pero, por no escurrir del todo el bulto, diré que amo demasiado a Portugal como para desear que vuelva unirse a España.
Por mi gusto, desearía que incluso España se separara de España.
No me he inventado nada. Mi héroe literario principal, César Vallejo, escribió un grandísimo poema en el que clamaba: «¡España, aparta de mi este cáliz!».
¡Cuídate, España, de tu propia España!
¡Cuídate de ti misma!¡Cuídate de tus hijos!
¡Cuídate del futuro!
Son cosas que o se entienden o no se entienden. Y, si no se entienden, tampoco pasa nada.