Me resultó significativa la diferencia entre las declaraciones que hizo Carod Rovira antes de entrevistarse ayer con Maragall y las que realizó después. En las primeras dijo que, si el president expulsaba a ERC de la Generalitat, arruinaría para siempre la posibilidad de un Gobierno basado en una coalición de izquierdas y catalanista. En las segundas, que, de repetirse en el futuro la experiencia del tripartito, tendría que ser sobre bases totalmente nuevas.
No es lo mismo, ni mucho menos. Esto segundo no excluye la posibilidad de que, si tras las elecciones autonómicas que habrán de seguir al referéndum del Estatut no hay una mayoría clara, se replantee el esquema del tripartito.
No me extrañaría que el propio Maragall esté pensando en ello. Nada le impediría proponerlo, una vez tenga el Sí al Estatut en el bolsillo. En esas condiciones, con ERC resignada a la vigencia del nuevo texto –qué remedio–, podría proponer una repetición de la fórmula que ahora ha hecho agua. Supongo que incluso le atraerá la idea, así sea sólo para no pasar a la Historia como un president fracasado que fue de vaivén en vaivén hasta el tropiezo final.
Otra cosa es que le dejen. No me refiero ya a los electores, sino a su propio partido. A sus dos partidos –ninguno de ellos propio, en realidad–: el PSC y el PSOE. Parece que hay en ambos demasiada gente que piensa que el actual president se ha quemado con esta experiencia y que no es un buen candidato para la siguiente. Incluso los hay que piensan –unos con cierta resignación, otros, sobre todo en el PSOE, con esperanza– en la posibilidad de que el PSC se vea obligado, al final, a pactar con CiU, y no creen que la persona adecuada para realizar esa maniobra sea Maragall.
Un Maragall que todavía ha de pasar por el calvario de la campaña del referéndum y por la agonía de un gobierno interino, que no tiene ni media docena de afeitados. (Por cierto: ¿a cuántos socialistas les apetecerá dejar lo que estén haciendo ahora mismo para convertirse en consellers, directores generales, subdirectores, etc., etc., por el plazo tasado de cinco o seis meses?)
Ya sabemos lo muchísimo que a los dirigentes de ERC les ha fastidiado ser expulsados del paraíso por pecadores –por tener una base militante pecadora, más bien–, pero está por ver que ese castigo sea a medio plazo tan severo como el que el propio Maragall se ha impuesto a sí mismo con la decisión que le han obligado a tomar. ERC no tiene por qué salir muy castigada del referéndum del Estatut y puede acudir a la próxima cita electoral presumiendo de ser la única defensora de las quintaesencias del nacionalismo catalán. En cambio, Maragall tendría que presentarse ante las urnas con la imagen de alguien que, como dirían en Cataluña, no es ni carne ni pescado.
No me extrañaría que el PSC opte por otro cabeza de lista. De ser así, la fecha de ayer quedará como la del día en el que Maragall se autoexpulsó de la Generalitat.