Como director de colección de Foca Ediciones, del grupo Akal, recomendé la publicación en castellano de un libro de Nicolas Sarkozy, Testimonio, en el que el entonces candidato a la Presidencia de la República Francesa presentaba sus ideas y ambiciones políticas. Imagino que no hará falta decir que no simpatizo ni poco ni mucho con la visión del mundo del hoy presidente francés, pero me pareció interesante dar a conocer sus planteamientos y el modo en el que los razona –o los disfraza–, porque lo hace de manera astuta, original y a veces incluso brillante. Es un excelente vendedor de sí mismo y vale la pena conocer cómo funciona eso.
Acaba de publicarse en Francia L’aube le soir ou la nuit («El alba, la tarde o la noche», Ed. Flammarion). La autora, Yasmina Reza, dramaturga y novelista, acompañó a Sarkozy durante los meses anteriores a la elección presidencial con la autorización expresa del candidato para que revelara todo cuanto viera u oyera. «Même si vous me massacrez, je n’en sortirai que grandi» («Incluso aunque me destroce, saldré engrandecido»), cuenta ella que le dijo. No he leído el libro, calentito aún en los estantes de las librerías francesas, pero sí varias reseñas aparecidas en diarios de distintas orientaciones. Todos certifican su interés. «De los que se leen de un tirón», escribe alguno. Eso se debe –dicen– a que Yasmina Reza ha construido un retrato complejo del personaje, «repleto de contradicciones».
Según la autora, Sarkozy tiene muy buena opinión de Zapatero, de Blair y de Prodi, a los que no considera de izquierdas, lo cual tiene un valor relativo, porque no queda claro qué entiende Sarkozy por izquierda, aunque tampoco sea imposible suponerlo. Me ha llamado más la atención una frase lapidaria que Reza pone en sus labios: «Soy de derechas, pero no soy conservador». «El peor riesgo es no correr ninguno», añade.
Sarkozy es un personaje peligroso. Su teórico homólogo español, Mariano Rajoy, también lo es, pero por razones distintas, formalmente opuestas. Rajoy escapa siempre de los riesgos. Y ése es el principal riesgo que corre (para fortuna de los que no quisiéramos que se convirtiera en presidente del Gobierno español).
La falta de carácter y de capacidad de mando de Rajoy es llamativa. Hace algunos años, un político gallego que trabajó durante bastantes años a su lado me dijo: «Mariano es un excelente servidor. Si tiene por encima a alguien que fija la línea política, la pone en práctica a plena satisfacción. Pero no pretendas que la marque él. Es una tarea que le excede. Es demasiado dubitativo.» Es muy probable que esa sea la razón por la cual Aznar lo designó sucesor: debió de pensar que podría teledirigirlo fácilmente entre bastidores.
Aznar es como es, y no seré yo quien obvie sus defectos, que darían para escribir varios tomos, pero le reconozco una habilidad, ya que no virtud: cuando se hizo cargo de la Presidencia del PP, no permitió que ninguno de sus segundos se le pusiera gallito. Con la astucia artera de un burócrata acreditado, fue neutralizando y empujando discretamente hacia la puerta de la calle a cuantos pretendían hacerle sombra. Perpetró una auténtica purga, de la que salió como líder indiscutido, por indiscutible. Eso –unido, claro está, al trabajo que hizo a su favor Felipe González– es lo que lo situó en las puertas de la Moncloa.
A Rajoy, en cambio, todo el que quiere se le sube a las barbas. O se le baja de ellas, dimitiendo y largándose, como han hecho Piqué y Matas, apenas cuatro días después de que él dijera que en el PP no dimite nadie. No es que suscite la sospecha de que carece de suficiente autoridad entre los suyos. Lo que suscita es la certeza.
La imagen que ofrece el PP actual es la de un partido ideológicamente fanatizado, hosco, incapaz de establecer una política de alianzas digna de tal nombre… pero, a la vez, caótico en su disposición interna. Un partido sin liderazgo, rígido por fuera, frágil por dentro.
Sarkozy logró convencer a la mayoría de los electores franceses de que tenía un proyecto claro y de que es capaz de ponerlo en práctica con firmeza. Lo que luego vaya a resultar de todo eso ya se verá: si tiene barbas, San Antón, y si no, la Purísima Concepción. Pero de momento se ha instalado en El Elíseo.
La sensación que uno tiene viendo a Rajoy, y las cosas que dice y que hace, es que el hombre vive a la defensiva, confiando en que los unos o los otros (que si Ruiz Gallardón, que si Acebes, que si Zaplana, que si Aguirre) no le pongan demasiadas zancadillas. Sólo le preocupa sobrevivir. Y así no se gana.
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Nota.– Hace unos días pedí asesoramiento científico sobre la llamada castración química. He recibido varios papeles. El que me parece que resume mejor los datos disponibles –aunque lo haga en un castellano espantoso– es el que podéis encontrar en este enlace: http://news.bbc.co.uk/hi/spanish/science/newsid_6752000/6752103.stm