El País publicó ayer una entrevista de María Antonia Iglesias con Juan Carlos Rodríguez Ibarra.
No me llamó la atención ninguna de las respuestas que el todavía presidente extremeño dio a las preguntas de la periodista. Sólo hubo un punto que, aunque tampoco me sorprendió, me hizo torcer el gesto. La entrevistadora le preguntó por la visión del Estado que tienen «los jacobinos», entre los que incluyó al entrevistado, y él respondió aceptando esa denominación como si fuera la cosa más natural del mundo.
No es la primera vez, ni mucho menos, que me topo con esa identificación entre el guerrismo –las posiciones del sector del PSOE más próximo a Alfonso Guerra– y el jacobinismo, pero no por mucho que la repitan me resultará menos disparatada. El jacobinismo no fue, como parecen pretender los que lo invocan asociándolo a políticos actuales del estilo de Rodríguez Ibarra, un movimiento más o menos populista en defensa del centralismo estatal, en general. Los jacobinos eran, primera y principalmente, igualitaristas revolucionarios, que odiaban a muerte –literalmente hablando– a quienes detentaban el poder económico. Sus tendencias centralistas surgieron como respuesta a las posiciones de los llamados girondinos, que trataban de descafeinar la Revolución apoyándose en las administraciones departamentales, en las que el poder de las clases acomodadas se mantenía con más fuerza. Entre los postulados de los girondinos descentralizadores se hallaba la posibilidad de contemporizar con la Monarquía, cosa que hicieron siempre que estuvo en su mano.
Es aberrante asimilar la defensa del Estado francés que nació de la Revolución de 1789 y se radicalizó en las sucesivas revueltas populares, particularmente las de 1793, con la de un Estado como el español –con un Borbón a su cabeza, para más inri–, modelado en su última metamorfosis conforme a los planes establecidos por las principales potencias del capitalismo internacional. No tiene punto de comparación un centralismo que buscaba la hegemonía de un centro que se había convertido en la vanguardia de las transformaciones sociales y en el azote de las fuerzas reaccionarias –que eso era el París de la época–, con un centralismo como el de aquí, que siempre ha aparecido vinculado ideológica y políticamente a las fuerzas más retrógradas de la sociedad.
Si es que las pruebas están a la vista de todos: cada vez que cualquier Rodríguez Ibarra de éstos canta una loa a la unidad de España, la derecha local más nostálgica de la Una, Grande y Libre aplaude a rabiar y lo llena de piropos. Para mí que no lo hace porque simpatice con el jacobinismo...