Me cuentan que Pérez Rubalcaba está entre cansado y harto, y que quisiera irse. Ignoro si será verdad. No me extrañaría demasiado. Me consta que el de Solares tiene a veces sus baches anímicos, y qué duda cabe de que éste sería un momento muy propicio para caer en uno. De todos modos, no he oído que haya roto su carné de socio del Real Madrid, lo que demuestra que tampoco está tan bajo de moral.
Bromas aparte, comprendo que en el entorno de Rodríguez Zapatero se sobrelleve la situación actual con su tanto de desánimo. Y con no poca perplejidad. Es cierto que el presidente del Gobierno cuenta con muchos apoyos en el mundo de la política «profesional». No hay más que ver lo arropado que está en el Congreso de los Diputados, donde sólo el PP le quiere mal. (Aparentemente. Luego volveré sobre esto.)
Pero ¿y en la calle? Escribo estas líneas horas antes de la manifestación convocada por Rajoy en Madrid. Doy por hecho que acudirá a ella la tira de gente. Aunque el domingo nos tocará rebajar las cifras (porque habrá que rebajarlas, dada la irreprimible inclinación que siente el bando nacional por el tremendismo en todas sus variantes), admito sin resistencias que, sobre todo del Ebro para abajo, se ha creado un importante estado de opinión antigubernamental. No pretendo postularme como sondeo de opinión ambulante, pero lo noto allá por donde voy. El personal anti-Zapatero hace notar su presencia a todas horas y en donde sea, con la excusa que sea. El martes pasado me dejó perplejo un menda que viajaba junto a mí en el avión que nos trasladaba de Bilbao a Madrid. Cuando el comandante dijo: «Esperamos llegar a nuestro destino a la hora prevista», el tipo dijo en voz alta: «¡Con tal de que no sea a la hora de Zapatero…!», estupidez palmaria que un buen puñado de pasajeros rió cual si se tratara de una brillante muestra de ingenio.
Puedo equivocarme, pero para mí que la razón fundamental que explica la mala prensa que tiene Rodríguez Zapatero está, precisamente, en la prensa. En los grandes medios de comunicación de masas, en concreto.
He explicado muchas veces –y teorizado otras tantas– cómo funciona la cadena de producción de lo que se entiende por opinión pública. Los principales mass media escritos son su referente original. Ellos cuentan las cosas como les conviene que sean contadas y las arropan con las opiniones pertinentes. Da igual que en España los grandes periódicos no se vendan demasiado. Lo importante es que se venden bien; en donde conviene. A la hora del alba, e incluso mucho antes, están ya en las redacciones de las principales cadenas de radio y de televisión, que los toman como pauta. Acogen reverencialmente el bolo alimenticio –ya bien triturado, en avanzada fase de digestión– y le dan curso.
Cuando los grandes medios escritos discrepan mucho entre sí, cada cadena de radio o televisión se apunta a la versión que mejor le cae (o que mejor cae a sus propietarios). Pero si lo que les ponen por delante es un enorme montón de descalificaciones sumarias, apenas ensombrecidas por media docena de comentarios que dicen desmayadamente que tampoco es para tanto, y que la vida es muy compleja, y que qué iba a hacer el presidente, el pobre, y que es cierto que la ha armado buena (o sea, mala), pero que, eso sí, con la mejor voluntad… pues entonces el españolito medio, enamorado como está de las ideas sencillotas –porque tampoco va a perder su tiempo de trabajador por cuenta ajena pensando por cuenta propia–, deduce que va a ser verdad que ese Zapatero es un capullo que si no se ha vendido al oro de Moscú es porque ahora el oro de Moscú está con las mafias marbellíes, pero que fatal, garrafal, catastrófico, en todo caso.
El problema principal de Zapatero –no el único, por supuesto, pero sí el principal, en mi criterio– es que no cuenta con un aparato de propaganda que respalde debidamente sus decisiones. No sólo que las respalde: que las resalte como inteligentes, meditadas, estratégicas, profundísimas, avaladas por las mentes más preclaras del mundo entero, infinitamente superiores a las pavadas reaccionarias de sus oponentes, etcétera, etcétera. Como hizo Felipe González, que tenía que vender una mercancía impresentable, pero contó con los medios para disfrazarla (hasta que ya no hubo manera, claro).
Los emporios mediáticos que se supone que deberían respaldar a Zapatero –los dos: tanto el público como el privado– tienden a tratarlo con displicencia, como mirándolo por encima del hombro. Los servidores del ente público han descubierto que no tienen por qué temer a las represalias de sus jefes, porque se han vuelto pusilánimes. Y los del engendro privado han sido debidamente aleccionados por sus patronos, que sostienen que Zapatero sólo estará bien cuando se muestre disciplinado y actúe como le tienen dicho, que es lo que no hace.
Zapatero no es víctima de la inteligencia de sus enemigos (que, por cierto, y por mucho que eso moleste a todos los que creen que el derechismo es una de las múltiples manifestaciones de la oligofrenia, no son tontos). Es víctima, sobre todo, del escaso fervor que le manifiestan quienes se supone que deberían tenerle arreglado el escaparate. Buena parte de los cuadros del PSOE sólo lo apoya cuando no tiene más remedio, y de aquella manera. Entretanto, los medios de comunicación presuntamente afines hacen ímprobos esfuerzos para dejar claro que sólo le son afines cuando no les queda más remedio.
Me ha llamado muy en particular la atención la malevolencia descarada con la que Felipe González ha tratado estos últimos días a su sustituto en el cargo. Nadie que conozca medianamente el género puede pensar que González se metiera inocentemente de hoz y coz en el charco de la actualidad para decir que él, de encontrarse en la situación de Zapatero, también habría aplicado a De Juana el segundo grado penitenciario. Sabía de sobra que todo el mundo iba a recordar que él dejó morir a un preso de los GRAPO en huelga de hambre. Y lo que eso iba a acarrear. Por no hablar de su muy peculiar sentido de la oportunidad, que le ha llevado a aprovechar estos días –precisamente estos días– para presentar un libro de Rafael Vera, convicto estafador y secuestrador, reivindicando el buen nombre de los GAL, en la práctica. Y Rodríguez Ibarra haciendo el coro.
Es obvio que hacen todo eso a propósito. Porque ellos tampoco son tontos.
De modo que Zapatero podrá contar con el respaldo –condicional, pero claro– de todos los otros grupos parlamentarios, a excepción del PP, pero tiene peligrosamente en el alero, si es que no en el arroyo, el apoyo de quienes política y mediáticamente se suponía que integraban sus huestes.
Es lo malo que tiene salir vencedor cuando quienes te apoyaron en la contienda tenían previsto que perdieras.