Cuantos más días van pasando y con cuanta más gente de mi entorno hablo sobre el asunto, más evidente me parece que lo que el PSOE está a punto de perpetrar –de acabar de perpetrar, mejor dicho– en Navarra y Álava es un error como las copas de diez pinos. No un error para Navarra y para Álava, que también, sino un dislate a escala general, de Port Bou a Maspalomas y de Fisterra a Mahó.
Hace algunas semanas, recién recogidas las urnas del 27-M, María Teresa Fernández de la Vega admitió que uno de los principales problemas con los que se encontró el PSOE en esas elecciones fue la desmotivación de una parte del electorado que se movilizó para darle el triunfo en 2004. Una amplia franja constituida en buena medida por electores inconformistas, propensos al escepticismo crítico, la mayoría de los cuales el 27-M optó por la abstención (o incluso, según he podido constatar, por el voto en blanco). La vicepresidenta acertó igualmente al marcar la tarea que debía emprender urgentemente el PSOE para afrontar con posibilidades de éxito las elecciones legislativas del año que viene: arreglárselas para convencer a esa parte del electorado de que Rodríguez Zapatero es capaz de aplicar una política de izquierdas, uno de cuyos objetivos –no el único, ni mucho menos, pero sí uno, e importante– es poner freno al avance de la derecha aznarista y a sus ansias de venganza redentora.
De cara al cumplimiento de ese objetivo, nada más contraproducente que el cenagal de pasteleos con la derecha en el que se ha metido en Navarra y en Álava. Lo de menos son las reticencias que la dirección central socialista pueda tener con respecto a los nacionalistas vascos, a EB-IU y a Nafarroa Bai (que tampoco puede ser calificada de «nacionalista vasca», como hace la prensa madrileña, porque incluye al menos una fuerza que no lo es). No se trata tanto de con quién debe aliarse, sino, muy marcadamente, de con quién no debería aliarse bajo ningún concepto. Llegar a acuerdos abiertos o subrepticios con el PP y UPN es el modo más deprimente y corrosivo de inducir al personal más reticente y crítico a la conclusión de que los politicastros del PSOE son primos hermanos de los del PP, o sea, muy «constitucionalistas», que es el sinónimo que se han buscado para no llamar al inmovilismo y al españolismo rancio por sus nombres.
¿Qué tiene de particular la realidad política de Cataluña, donde los socialistas no tuvieron inconveniente en aliarse con la nada constitucionalista ERC, haciendo allí lo que tanto les echa para atrás en Navarra o en Álava? Es obvio: lo especial que tiene Cataluña es que allí el PSC hizo oídos sordos a las insistentes recomendaciones que les hacían los Blanco y demás socialistas de opereta con sede en Ferraz y marcaron su propia política de alianzas, cosa que los López y Puras no se han atrevido a hacer en tierras vasco-navarras.
¿Es posible que no se den cuenta de que, para evitar ciertas críticas de la derecha –que de todos modos se las va a hacer igual–, están arruinando sus posibilidades de recuperar el respaldo electoral de quienes recalan en la abstención porque «total, para qué les vas a dar el voto, si lo luego lo utilizan para ir de la mano de la derecha más cavernícola»?
Pues sí, es posible.