Solemos decir los periodistas, medio en broma medio en serio, que todo lo que no es copia es plagio, y por supuesto que eso no es del todo cierto, pero sí que muchos asuntos que se presentan como nuevos y originales tienen antecedentes muy similares, si es que no calcados.
Me acordé de ello el pasado día 4, tras leer un despacho de la agencia Efe en el que se contaba que un vicemariscal de las Fuerzas Aéreas británicas, David Walker, preguntó a un grupo de pilotos qué responderían si, tras comprobar que las armas de su avión no funcionaban, recibieran la orden de estrellar el aparato contra un vehículo conducido por un talibán que llevara una potente bomba para hacerla estallar contra una ciudad británica. Según el despacho de Efe –sobre el que me alertó un lector y que encontré reproducido por los diarios del grupo Vocento–, un piloto al que el vicemariscal Walker preguntó si estaría dispuesto a hacer de kamikaze, respondió: «¡Después de usted, señor! ¡Lo intentaría, pero sólo si antes el vicemariscal me enseña cómo se hace!»
Supongo que sus compañeros reirían la ocurrencia, pero, tal como decía al principio, no tuvo nada de original, aunque el piloto creyera que sí. El gran Boris Vian –novelista, poeta, compositor, trompetista y cantante– recogió la misma idea, probablemente muy antigua, en su canción El desertor, que es ya un clásico del repertorio antimilitarista: «S’il faut donner son sang, / allez donner le vôtre!», decía en la canción, que se presenta como una carta al presidente de la República escrita por un ciudadano al que acaban de comunicarle que lo mandan a la guerra. «Si hay que dar su sangre, ¡vaya y dé la suya!»
Resulta muy tentador en muchas ocasiones, sin duda, sugerir a quienes proponen soluciones radicales que se ofrezcan voluntarios para aplicarlas. «¡Pues si hay que ocupar militarmente el País Vasco, se ocupa y ya está!», me soltó una vez cierto conocido periodista en medio de una acalorada discusión. La verdad es que me entró la risa. Le respondí: «¡Venga, sí! ¡Y ofrécete tú para patrullar en agosto por la playa de La Concha con una tanqueta! ¡Te harías aún más famoso!»
La Historia está llena de celebridades que obtuvieron su fama gracias al cuello de otros. Empezando por nuestro heroico Alonso Pérez de Guzmán, llamado Guzmán el Bueno (¡«El Bueno!»), que ofreció su propio cuchillo para que los sitiadores de Tarifa mataran a su hijo, lo que dijeron que harían si no entregaba la plaza. Un antepasado mío también ganó honores durante la Guerra de Independencia por sacrificar a su propia mujer, prisionera del enemigo, con tal de no rendirse.
«Dulce et decorum est pro patria mori» («Es dulce y honorable morir por la patria»), escribió el latino Quinto Horacio Flaco en una de sus odas, y las huestes de Roma lo tomaron como lema. Por lo menos Horacio hablaba de la propia muerte, no de la ajena. Pero ni siquiera así me convence la perspectiva. De joven me daba más por las ideas sublimes y exaltantes, pero según me voy haciendo viejo entiendo mejor lo que cantaba Brassens en una de sus bromas musicadas: «¿Morir por ideas? De acuerdo. Pero de muerte lenta.»