Apenas hace unas semanas, el PP pretendía que ETA estaba más fuerte que nunca. Aseguraba que eso era así por culpa del Gobierno de Zapatero, que había dado al grupo terrorista la posibilidad de reorganizarse y rearmarse durante el tiempo que duró la tregua.
Cuando empezaron a producirse las detenciones en cadena y los atentados frustrados, demostrativos de que ETA estaba de capa caída, los mitineros de la cuerda de Acebes y Zaplana (no digo de la de Rajoy, porque de la de Rajoy no está claro que haya nadie) arguyeron que esos éxitos eran mérito exclusivo de la policía francesa. No tardaron en darse cuenta de que esa línea argumental era también un error, porque cabreaba, y mucho, a las fuerzas policiales españolas. ¡Habrase visto, un partido de derechas que se enemista con la policía!
De modo que decidieron dar un nuevo giro a su táctica ofensiva. Y en ésas están. Ahora ya no hablan de lo fortísima que está ETA, ni de los méritos exclusivos del Estado francés. Se centran en poner a caldo al Gobierno de Zapatero porque se limita –dicen– a combatir a ETA en el plano policial, renunciando a lanzar una ofensiva general destinada a acabar también con «su entorno político». Su runrún actual pasa por exigir al Ejecutivo que aplique la misma medicina al conjunto de la izquierda abertzale, yendo «a por ellos, con todas las armas y todas las consecuencias», según dijo ayer el portavoz del PP sobre Justicia y Libertades Públicas (sic), Ignacio Astarloa.
Pretenden que se deje fuera de juego, a base de ilegalizaciones y de no sé qué más recursos (la expresión «todas las armas» tiene lo suyo de inquietante), a un colectivo social que, aunque no sea fácil de cuantificar, dadas las prohibiciones que ya padece, puede estimarse que abarca a algo así como al 15% de la población vasca.
Es un disparate. En todos los sentidos. Incluyendo el de los más fríos cálculos políticos. Si el Gobierno se lanzara por la vía que propone el PP –y que en cierta medida ya está transitando, con resultados más que negativos–, lo principal que conseguiría es solidificar las filas de la izquierda abertzale, forzando una solidaridad interna que abortaría cualquier posibilidad de que se diferencien y evolucionen las diferentes tendencias que la componen, algunas de las cuales simpatizan ya muy poco con ETA.
La tregua acabó en fracaso, pero no sólo para el Gobierno de Zapatero. La evolución de los acontecimientos demuestra que ETA está pagando un precio mucho más alto. En el plano policial, desde luego, pero también en el político. Ha frustrado demasiadas esperanzas, de la ciudadanía en general y de su propia base social, en particular.
El PP lo fía todo a la represión. Le fascina la idea de laminarlo todo: a ETA, a la izquierda abertzale y, ya metidos en gastos, al conjunto del nacionalismo vasco.
El PP es a ETA lo que Bush a Bin Laden. Se necesitan mutuamente. Se justifican mutuamente.