Empieza hoy en Munich el Campeonato Mundial de Fútbol. «Los Mundiales», que dicen los aficionados. Durante un mes y un día, los medios de comunicación se ocuparán con todo detalle de los 64 partidos que se van a jugar, prestando cada medio especial atención a los encuentros que más directamente afecten a su público consumidor.
Digo que los medios de comunicación van a ocuparse de los 64 partidos previstos en el calendario del acontecimiento, pero no pretendo, ni mucho menos, que vayan a limitarse a contar lo sucedido en los 90 minutos de cada partido. El tiempo y el espacio que dedicarán al conjunto del tinglado será muy superior al que pasen los jugadores sobre el césped. Hay canales de televisión que tienen previsto dedicar las 24 horas del día al asunto. Otros han programado largos espacios especiales. Lo mismo pasa con las emisoras de radio. Y con los periódicos.
Para llenar todo ese tiempo harán toda suerte de dibujos. Hablarán de lo sucedido en cada partido con auténtica delectación, deteniéndose en todos los detalles del mundo y en algunos más. Contarán cómo son los entrenamientos, qué rumian los entrenadores, qué hacen los jugadores cuando no juegan, qué comen, si salen por la noche o no –los brasileños del Real Madrid sí: he oído que hace algunas noches estuvieron en un bailongo hasta el amanecer–, qué hacen sus mujeres (los que las tienen y han ido con ellas), qué piensan los vecinos de sus lugares natales, cómo van las apuestas... y discutirán por enésima vez si Pelé fue mejor jugador que Cruyff, y que si Maradona, y que si DiStéfano, y que si Platini... Y que si falta de suerte, y que si falta de sistema, y que si el doble pivote...
Soy aficionado al fútbol. No tanto como para divertirme viendo malos partidos, pero lo suficiente como para no salir huyendo de un partido hasta tener claro que es malo sin remedio. Así que, aunque la que se avecina pueda llegar a saturarme, e incluso a cabrearme, en principio espero con interés el desarrollo del campeonato. Además, algo me dice que la selección española, con su entrenador al frente, va a encargarse de que no me aburra en exceso, por lo menos hasta que los echen.
Pero me planteo qué clase de mes tienen por delante las pobres gentes que no entienden de fútbol –porque no les da la gana, obviamente–, o que incluso lo detestan, no como deporte, sino en tanto que espectáculo propicio a lo soez y lo vocinglero. ¡Todo un mes asediados, tratando de escapar de lo que no tiene escape posible!
Me parece un acto de refinado sadismo obligarles a ver y a oír hablar de fútbol a todas horas. Tienen derecho a que los demás respetemos su intimidad. Y lo primero que se requiere para gozar de intimidad es que nadie se dedique a ponerla a prueba.