A fuerza de no hablar sobre Navarra sino para especular con los hipotéticos intentos de los unos o los otros de chalanear a su costa, hay quien ya no es capaz de pensar en la Comunidad Foral sino desde la perspectiva de su estatus regional. Pero Navarra es mucho más, como cualquiera puede entender a nada que piense en ello.
Navarra es, sobre todo, el pueblo de Navarra, que, como cualquier otro pueblo, tiene necesidades de todo orden: económicas (con todas sus subdivisiones: industriales, agrícolas, de servicios), sociales (apartado todavía más amplio), culturales (incluyendo las educativas y las lingüísticas), de conservación de la naturaleza, de ocio... Y que, como cualquier otro pueblo, también cuenta con fuerzas políticas que discuten sobre el mejor modo de atender esas necesidades.
Se pretende que la Unión del Pueblo Navarro (UPN) y el Partido Socialista de Navarra (PSN) tienen posiciones comunes en cuanto a la defensa de la identidad regional. Eso no es exacto, y no hay más que leer los documentos programáticos de uno y otro partido para apreciar la existencia de matices de importancia. En todo caso, la proximidad de posiciones entre UPN y PSN habría que buscarla en su similar negativa a aceptar que se discuta la posibilidad de que Navarra pudiera llegar algún día a formar parte de una entidad política común con las tres provincias de la actual Comunidad Autónoma Vasca (CAV). Pero ése es un aspecto que, por mucho que haya quien se empeñe en magnificarlo, hoy en día es muy secundario, puesto que no hay ningún partido con posibilidades de gobernar en la Comunidad Foral que proponga que se aborde esa discusión a corto o medio plazo. Incluso Nafarroa Bai ha declarado que en ningún caso lo plantearía dentro de la próxima legislatura.
En esas circunstancias, es la otra gran línea divisoria (la que divide a la derecha tradicional navarra, singularmente inmovilista y retrógrada, de las fuerzas políticas que muestran más voluntad de progreso) la que aparece en primer plano. Y, vistas las cosas desde esa perspectiva, práctica y concreta, parece claro que el PSN está bastante más cerca de Nafarroa Bai y de Izquierda Unida que de UPN. Lo están, sin lugar a dudas, tanto su base militante como la mayoría de sus votantes.
A esta razón ideológico-política de primer orden, que por sí sola ya sería suficiente como para aconsejarle rechazar la coalición con UPN, el PSN habría de añadir otra de signo netamente partidista: su presencia como compañero de viaje en un Gobierno presidido por Miguel Sanz le obligaría a asumir un coste político muy importante, convirtiéndose en cooperador necesario de posiciones políticas y sociales incompatibles con los postulados progresistas más elementales. Tendría que cargar con fardos tales como la actitud de rechazo de UPN a la práctica del aborto en la red sanitaria pública, o como su labor beligerante en contra del euskara (hablado por una parte importante de la propia población navarra, cuyos derechos sanciona la ley foral), o como su absurdo cerrilismo antivasco (Navarra tiene actualmente acuerdos de cooperación con todos sus vecinos, incluida la Aquitania francesa, pero se niega a hacer lo propio con la CAV). Eso, por no citar más que tres aspectos de trago amargo para los socialistas.
Y eso, en vísperas de unas elecciones generales en las que UPN (o sea, el PP), será el gran rival del PSN (o sea, el PSOE).