Ayer fue San José. El Día del Padre, las Fallas valencianas, y tal.
Hace algunos días mencioné una historia que luego dejé por ahí perdida y que me parece que tiene su miga. O más bien su estruendo.
Empiezo por reconocer que el gusto mediterráneo por la pólvora, el fuego y el ruido no me fascina. No; en absoluto.
Tengo clavado en la memoria el horror que padecí una noche-mañana en la que le convencí a Charo, pobrecilla, para que nos quedáramos en La Vila Joiosa hasta el amanecer para ver el espectáculo del desembarco de los moros y su singular combate con los cristianos.
Dios mío, qué pesadilla. Podría entrar en el Guinness.
Cenamos fatal y carísimo (lo cual tiene su mérito, porque en La Vila hay sitios bien majos). Después, no hubo manera de dormir ni siquiera un ratito, cosa que intentamos en la playa.
Al poco, según amanecía, empezó el festival apocalíptico de pólvora y follón. Eso sí, con todo el mundo borracho.
Se suponía que el espectáculo resultaba divertidísimo, pero yo no acabé de encontrarle la gracia, porque ni me gusta que me dejen sordo ni aprecio demasiado que me vomiten encima.
Cinco horas después de regresar a casa, todavía me zumbaban los oídos y me duraba el cabreo.
Pero insisto en que la culpa es mía, por no trasladar al Mediterráneo mis fobias vascas: si nunca he pisado los sanfermines, y las astenagusiak las he esquivado siempre lo mejor que he podido, ¿a cuento de qué me las doy de turista complaciente en Alacant?
Pero de lo que yo quería hablar hoy es de la pólvora y sus peligros.
Se ha promulgado una directiva europea sobre el uso de artefactos pirotécnicos, petardos y demás. Me importa una higa que lo que ha determinado la UE esté bien, regular o mal. Lo que sé es que el Gobierno español no lo ha recurrido. Y que, de cumplirlo, debería prohibir el uso que hacen de los petardos algunos críos del País Valencià.
Cuyo gobierno muy regional tampoco ha discutido las razones de fondo. Sólo ha hablado de costumbres, tradiciones y cosas así.
Ya no me acuerdo de la cifra exacta, pero creo que han sido veintitantos los niños valencianos que se han desgraciado de por vida en los últimos años con la ayuda de esas cosas tan simpáticas y tan ruidosas. Los unos mancos, los otros tuertos, alguno ciego. ¡Qué gracioso! ¡Qué popular!
Pues el Gobierno socialista de Madrid, después de aceptar la norma comunitaria, decidió dictar una moratoria para que no sea de aplicación durante estas fiestas valencianas. Porque doña Rita Barberá se puso a echarle a la población encima y las elecciones municipales están próximas. Y la población es la que es.
Y doña María Teresa Fernández de la Vega, que es la que asumió las glorias de la moratoria, también es la que es.
Juro que repasaré el balance de los niños heridos por ingenios de pólvora durante estas fiestas valencianas. Y que lo pondré en el debe vital de la vicepresidenta.
Quienes me conocen saben que otra cosa no, pero rencoroso puedo serlo. Bastante.